Todo ser humano, incluso los decrépitos capullos como el que manuscribe esta burda entrada, tarde o temprano, se plantea el por qué y el para qué de su existencia, por mísera que ésta sea. Se pregunta de dónde viene y a dónde va, quién cojones es. Se interroga por qué Amaia Montero no ha escrito todavía la canción más bonita del mundo. Se plantea lo que podría hacer en su vida; Se pregunta. Es en esto, en lo que precisamente se distingue de los animales. El animal vive de un día para otro: come, bebe, duerme, crece, corretea, copula, copula, copula y afortunadamente muere, en muchos casos por la pedrada lanzada por algún desalmado. Pero ese es otro asunto que abordaré en otra ocasión. Una vida así, es cándida y común para un animal, pero no para un ser humano. Los filósofos de la antigüedad llegaron a decir -tal vez de una forma algo ruda- que si una persona no se plantea las preguntas fundamentales de la vida y solamente vive de un día para otro, habrá fracasado en su existencia. En lo más profundo de su ser no habrá llegado a encontrarse a sí mismo; no se habrá convertido en hombre. Dicho de manera sencilla: su existencia no habrá sido digna de ser la de un hombre. Desde que nacemos estamos explorando, descubriendo, ensayando, experimentando, preguntándonos, acertando y equivocándonos, y esto es, aprendiendo. Con una mente abierta, para establecer hechos nuevos, resolver problemas nuevos o existentes, probar nuevas ideas, o desarrollar nuevas teorías. Es puro instinto humano.
Es esa adrenalina que nos corre por las venas cuando competimos con nosotros mismos, cuando alcanzar una meta se torna posible, cuando al resolver un misterio nos sentimos magos. El Hombre es un ser inacabado en búsqueda de la PLENITUD. Es un ser contingente, porque recibe la existencia, tiene el ser peor no es el ser. La categoría del tener, recibir, exige una razón, un más allá del ente finito; el hombre no es su existencia sino que la recibe de alguien.
Y la anhelada plenitud, sólo se alcanza, metiéndonos una botella de vino por el culo. Sí, por el culo, por pedestre y escatológico que parezca. Por ello, en el post de hoy, intentaré dilucidar cómo lograr la armonía, el equilibrio y la simetría con uno mismo.
Algunos ignaros de lúgubre intelecto, ya desde tiempos inmemoriales, lo han intentado con un desatascador de sifones, zanahorias, botes de desodorante roll-on, mangos de los peines, fundas de puro metálicas, y en algunos casos, con hercúleos destornilladores previamente lubricados y clavados en una caja de cartón, para posteriormente sentarse. Lógicamente ninguno de ellos conquistó dicha proeza.
Existen infundados perjuicios vinculados al dolor, a la ‘falta de hombría’ y a ser el hazmerreir del hospital que, pretendo hacer olvidar en lo posible, con este post.
Veamos cual es la técnica empleada para alcanzar la PLENITUD:
Veamos cual es la técnica empleada para alcanzar la PLENITUD:
La acción, a ser posible, debe realizarse con una botella de vino francés, previamente ingerido para lograr un estado de embriaguez óptimo, y abundantemente lubrificada con vaselina. Es tremendamente importante que se recree un ambiente relajado y se evite la turbación del experimentador; la tensión emocional hace que el esfínter se contraiga y que la maniobra puede resultar atrozmente dolorosa. Baladas de “Falete“ o decorar las paredes con múltiples espejos pueden ayudar a crear una atmósfera sosegada y apacible. Puede ser de gran ayuda cantar una ranchera de Bertín Osborne.
El dedo que suele permitir un mejor reconocimiento de la cavidad anal es el índice, así que untaremos generosamente dicho dedo, y lo introduciremos por nuestro recto con movimientos circulares a fin de relajar y dilatar el ano. Existen distintas maneras de colocarse, pero yo aconsejo la denigrante postura Decúbito Supino. Flexionamos humillantemente las rodillas y las separamos, llegando así al culminante y sórdido momento de la introducción de la botella.
El dedo que suele permitir un mejor reconocimiento de la cavidad anal es el índice, así que untaremos generosamente dicho dedo, y lo introduciremos por nuestro recto con movimientos circulares a fin de relajar y dilatar el ano. Existen distintas maneras de colocarse, pero yo aconsejo la denigrante postura Decúbito Supino. Flexionamos humillantemente las rodillas y las separamos, llegando así al culminante y sórdido momento de la introducción de la botella.
La penetración de la ampolla debe hacerse lentamente, con inicial presión suave con la base del frasco sobre el orificio oscuro. Con suaves movimientos orbiculares, procederemos a encajar la botella. En esta parte del procedimiento, que no debe durar más de tres minutos, se permiten insultos e injurias contra familiares, amigos o compañeros de trabajo. Es desaconsejable recrearse en esta oprobiosa etapa. Finalmente, procederemos a un momento de relajación, inhalando por la nariz y exhalando por la boca. Pensaremos en un limón, y con un mazo, ZAS!, asestamos contra la botella un martillazo seco y preciso para incrustarla en nuestro culo.
He aquí un pedagógico croquis de tan fascinante experiencia: