viernes, 29 de junio de 2012

COMO METERSE UNA BOTELLA DE VINO POR EL CULO


Todo ser humano, incluso los decrépitos capullos como el que manuscribe esta burda entrada, tarde o temprano, se plantea el por qué y el para qué de su existencia, por mísera que ésta sea. Se pregunta de dónde viene y a dónde va, quién cojones es. Se interroga por qué Amaia Montero no ha escrito todavía la canción más bonita del mundo. Se plantea  lo que podría hacer en su vida; Se pregunta. Es en esto, en lo que precisamente se distingue de los animales. El animal vive de un día para otro: come, bebe, duerme, crece, corretea, copula, copula, copula y afortunadamente muere, en muchos casos por la pedrada lanzada por algún desalmado. Pero ese es otro asunto que abordaré en otra ocasión. Una vida así, es cándida y común para un animal, pero no para un ser humano. Los filósofos de la antigüedad llegaron a decir -tal vez de una forma algo ruda- que si una persona no se plantea las preguntas fundamentales de la vida y solamente vive de un día para otro, habrá fracasado en su existencia. En lo más profundo de su ser no habrá llegado a encontrarse a sí mismo; no se habrá convertido en hombre. Dicho de manera sencilla: su existencia no habrá sido digna de ser la de un hombre. Desde que nacemos estamos explorando, descubriendo, ensayando, experimentando, preguntándonos, acertando y equivocándonos, y esto es, aprendiendo. Con  una mente abierta, para establecer hechos nuevos, resolver problemas nuevos o existentes, probar nuevas ideas, o desarrollar nuevas teorías. Es puro instinto humano.
Es esa adrenalina que nos corre por las venas cuando competimos con nosotros mismos, cuando alcanzar una meta se torna posible, cuando al resolver un misterio nos sentimos magos. El Hombre es un ser inacabado en búsqueda de la PLENITUD. Es un ser contingente, porque recibe la existencia, tiene el ser peor no es el ser. La categoría del tener, recibir, exige una razón, un más allá del ente finito; el hombre no es su existencia sino que la recibe de alguien.
Y la anhelada plenitud, sólo se alcanza, metiéndonos una botella de vino por el culo. Sí, por el culo, por  pedestre y escatológico que parezca. Por ello, en el post de hoy, intentaré dilucidar cómo lograr la armonía, el equilibrio y la simetría con uno mismo.
Algunos ignaros de lúgubre intelecto, ya desde tiempos inmemoriales, lo han intentado con un desatascador de sifones, zanahorias, botes de desodorante roll-on, mangos de los peines, fundas de puro metálicas, y en algunos casos, con hercúleos destornilladores previamente lubricados y clavados en una caja de cartón, para posteriormente sentarse. Lógicamente ninguno de ellos conquistó dicha proeza. 
Existen infundados perjuicios vinculados al dolor, a la ‘falta de hombría’ y a ser el hazmerreir del hospital que, pretendo hacer olvidar en lo posible, con este post. 
Veamos cual es la técnica empleada para alcanzar la PLENITUD:
La acción, a ser posible, debe realizarse con una botella de vino francés, previamente  ingerido para lograr un estado de embriaguez óptimo, y abundantemente lubrificada con vaselina. Es tremendamente importante que se recree un ambiente relajado y se evite la turbación del experimentador; la tensión emocional hace que el esfínter se contraiga y que la maniobra puede resultar atrozmente dolorosa. Baladas de “Falete“ o decorar las paredes con múltiples espejos pueden ayudar a crear una atmósfera sosegada y apacible. Puede ser de gran ayuda cantar una ranchera de Bertín Osborne.
El dedo que suele permitir un mejor reconocimiento de la cavidad anal es el índice, así que untaremos generosamente dicho dedo, y lo introduciremos por nuestro recto con movimientos circulares a fin de relajar y dilatar el ano. Existen distintas  maneras  de  colocarse, pero yo aconsejo la denigrante postura Decúbito Supino. Flexionamos humillantemente las rodillas y las separamos, llegando así al culminante y sórdido momento de la introducción de la botella.
La penetración de la ampolla debe hacerse lentamente, con inicial presión suave con la base del frasco sobre el orificio oscuro. Con suaves movimientos orbiculares, procederemos a encajar la botella. En esta parte del procedimiento, que no debe durar más de tres minutos, se permiten insultos e injurias contra familiares, amigos o compañeros de trabajo. Es desaconsejable recrearse en esta oprobiosa etapa. Finalmente, procederemos a un momento de relajación, inhalando por la nariz y exhalando por la boca. Pensaremos en un limón, y con un mazo, ZAS!, asestamos contra la botella un martillazo seco y preciso para incrustarla en nuestro culo.
He aquí un pedagógico croquis de tan fascinante experiencia:






martes, 26 de junio de 2012

CONSULTORIO DÖCTOR PREPUZIO XVII

Salva: Dr. Prepuzio, me podría usted decir, a que huelen las nubes?? No sabe lo que he llegado a hacer para poder averiguarlo, pero nada!! no logro responderme!
Muchas gracias y un saludo.

Apreciado Salva, 
Interesante es tu pregunta, pese a que ambos sabemos que su respuesta nos importa una mierda. No obstante, te daré una ducha explicación. Una nube es un hidrometeoro que consiste en una masa visible formada por cristales de nieve o gotas de agua microscópicas suspendidas en la atmósfera, elementos que carecen de olor. Las nubes dispersan toda la luz visible, y por eso se ven blancas. No obstante, recientes y rigurosos estudios científicos han demostrado que los cúmulos, estratos, nimbos y cierros huelen. De hecho apestan.
Atufan a ceniza, a contaminación, a perro muerto, a cebolla, a queso rancio, a estercolero, a disentería, a metadona. Cuando yo saco la cabeza por la ventana de mi domicilio puedo olfatear las nubes, y éstas huelen a fritanga, sudor y pinchos morunos. Es lo que tiene que las ventanas den a un interior y que en el bajo esté el Bar Manolo.

Nestor Gelpi: Hola Doctor Prepuzzio soy un fan tuyo. Mi problema es que hace 4 meses me eche una novia de menos de 1,50 M. 
Y todos mis colegas me están molestando con ello, especialmente un colega que siempre pilla un pedo y se pone a molerstarme. Que debo hacer??? 
Es que me gusta mucho a mi novia pero me da vergüenza que me vean en publico con ella.

Apreciado Nestor,
Tu compañera es sin duda una grotesca liliputiense. Una pigmea. Una enana. El "enanismo" es una anomalía por la que una persona tiene una talla considerablemente inferior a la común de su especie. Se produce como consecuencia de una enfermedad de la glándula tiroides. Son seres cazadores-recolectores que viven en circos, selvas ecuatoriales africanas y en galaxias muy lejanas. Cazan con redes y flechas antílopes, monos, cerdos, aves y otros animales, recolectan frutas, tubérculos y miel. En realidad los enanos son gente adorable, ocupan poco espacio, pasan desapercibidos, suelen ser simpáticos y dan ganas de abrazarlos. Y todo son ventajas: Gastan menos jabón, en Mc Donald's, mientras te zampas un McMenú triple con dos docenas de mcnuggets, tu novia se puede meter en la piscina de pelotas y así no te toca los cojones, y cuando necesitan una ducha, los metes en la lavadora y así no ocupan tu bañera. Y siempre podrás bajarte la cremallera, sin que tu compañera sentimental tenga que arrodillarse.

Marta: Hola Doctor Prepuzio, cuando te da un palidazo por haber fumado maría, ¡que debes hacer en esos momentos?

Apreciada Marta ,
La María es la mezcla de todas las partes de la planta Cannabis indica. Se extrae al desprender los tricomas que la cubren. Su principio activo es el tetrahidrocannabinol mezclado con uranio y cianuro. Se suele fumar en pipa, mezclado con tabaco o, en algunos aconsejables casos, suministrado por vía rectal. No hay constancia de que produzca dependencia física, aunque se ha descrito cierto síndrome de abstinencia en usuarios crónicos al interrumpir su consumo, caracterizado por ansiedad, irritabilidad, pérdida o incremento del apetito, alucinaciones, incontinencia rectal, mareos, nauseas, fimosis en los varones, temblores e insomnio. Te sugiero que evites el consumo de esta sustancia, pero si declinas hacer caso de mis versado consejo, cuando te de el ‘palidazo’, sugiero que hables con Dios. Abre tu alma. Pregúntale. Asesórate. Interrógale. Escúchale. Atiéndele. Y si tienes oportunidad, pégale con un bate de bésibol.

Guillem Sole : Se cumple la teoria y se puede afirmar k: mas vale condón en la mano k nueve meses y un enano??

Apreciado Guillem,
Ese es un aforismo errado, transmitido de generación en generación. El refrán correcto es: “ más vale condón en mano, que sida, gonorrea, sífilis, tricomoniasis y herpes en el ano”. Estimo no necesaria la explanación de dicho proverbio. 




miércoles, 20 de junio de 2012

SE HA MUERTO MI MASCOTA

Isósceles se marchó ayer.
Isósceles es mi fiel mascota. Tenía unos siete  meses cuando me hice cargo de él. Pardo, cobrizo y con los ojos esmeraldas. Se tumbaba sobre mi pecho y con su bisbiseo me llevaba al maravilloso mundo de los sueños. Correteábamos por ejidos dorados en el dulce otoño, por valles de amapolas en primavera, por los hospitalarios parajes de Siberia en invierno y en verano nos tumbábamos en el suelo para refrescarnos. El muy cabrón, al abrir la puerta para recoger la correspondencia, se escapaba con la intención de conocer el mundo, pero cuando le ponía la comida, el agua y su caja de tierra en el portal, siempre volvía, borracho y desvalido por las reyertas callejeras, con sus ojos brillantes y tan vivos, con su nariz aplastada y aquella viveza con la que saltaba y corría.
Quien desarrolla amor por las mascotas, ha descubierto uno de los sentimientos más puro asociado a los afectos. Es adaptar a otro ser y habituarse a convivir con una especie distinta a la humana. Conexión sin idiomas e intuitiva. Son eternos afectos que nos profesan, incondicionales y absolutos. Las mascotas no entienden de pasado ni futuro, sólo viven y disfrutan del presente con quienes les brindan protección. Presente, dónde la emoción principal es esperarnos, recibirnos, buscar nuestra mirada y segundos de atención. La espera puede ser de horas o de décadas, pero siempre nos esperan. Y si no llegamos, hasta el último día de su existencia, mantienen el dolor por la ausencia y la esperanza de volvernos a ver.
Isósceles es un caracol, es mi mascota, y  nos queremos.
Ahora recuerdo con melancolía, esas conversaciones nocturnas que se nos iban de las manos. Rememoro con tristeza como le hacía masajes con lechugas, como nos profesábamos cariño incordiándonos. Recuerdo con nostalgia cómo hacíamos fotocopias de hojas en blanco para tener más, como nos hacíamos los serios en la puerta de la discoteca cuando íbamos borrachos. Rememoro como bostezábamos emulando el grito de Tarzán, provocando en nosotros esa estúpida risita de los quinceañeros enamorados.
Le compré un collar de cuero y una correa para llevarlo conmigo, siempre lo llevaba conmigo. Le daban miedo las canciones de Camilo Sexto, las alcantarillas y los cohetes; probablemente cuando era chico algún desalmado lo debió asustar echándole algún petardo o metiéndolo en una alcantarilla. Todos los días lo sacaba cuando todavía era cachorro. Era noble y servicial; me trataba de usted. Cuando llegaba de trabajar, las escasas veces que he tenido trabajo, daba saltos de alegría y saludaba con su peculiar gañido.
Era generoso y fiel, juguetón como un cachorro felino. Ayer me marché a buscar trabajo, como suelo hacer una vez al mes, y cuando volví lo encontré allí postrado, tendido, sin poderse mover. Un gélido escalofrío recorrió mi cuerpo causándome contracciones ventriculares prematuras. Tenía casi tres años y allí estaba gimiendo. Me miró con los ojos tristes, intentó levantarse pero no pudo.
Me acerqué a él y cuando lo acaricié, se quedó en silencio como si en mis caricias hubiera encontrado alivio a su dolor.
Lo llevé al veterinario para saber qué le ocurría. El veterinario me dijo que tenía hepatitis. Siempre había sido muy promiscuo en lo que a sus relaciones sexuales se refiere. Regresamos a casa, le di agua y con paños fríos le frotaba cariñosamente por la cabeza y le refrescaba el cuerpo.
Con sus ojos tristes y su llanto amargo, pasé varias horas junto a él, recitándole poemas nordcoreanos, como a él le gustaba. Me miró con los ojos aún más tristes y guardó silencio. Su llama se estaba apagando. Lo cogí entre mis brazos, lo bajé hasta el coche y lo volví a llevar al veterinario. El veterinario lo examinó exhaustivamente.
Su veredicto ya no fue el de hepatitis, sino el de una enfermedad de transmisión sexual. –“Sífilis”- dijo con voz seca. –“Esta dolencia paraliza las extremidades y lo va matando poco a poco. Creo que habrá que sacrificarlo”.- sentenció con lexía metálica.
Lo llevamos a la perrera municipal. Cuando lo bajé del coche no gemía apenas.
Lo puse en una de aquellas jaulas dotadas de un buen colchón de paja seca. Allí lo acaricié por última vez. Lo miré a los ojos fijamente, él me miró con una mirada de agradecimiento que recordaré mientras viva.
Sus ojos se apagaron para siempre.
Te quiero Isósceles.





viernes, 15 de junio de 2012

LA APARICIÓN DE UN ÁNGEL

En general, en este absurdo y ordinario blog, jamás he dejado traslucir mis creencias religiosas más allá de no ser católico, protestante, musulmán, presbiteriano, copto, mormón, budista ni credos semejantes.
Pero todo cambió el pasado Domingo...
Me levanté ebrio, a regañadientes, despidiéndome de mi querida almohada. Era temprano. Me senté al borde de la cama y me caí al suelo golpeándome atrozmente la cabeza. La borrachera de la noche anterior seguía haciéndole estragos por dentro. Sólo recordaba que acabé dipsómano en una cuneta con señoras que tarareaban -“ Induráin Induráin”-. Decidí ir al baño, hundir mi sebosa cabeza en el inodoro y regurgitar la comida para gatos de la cena de la noche anterior. Me miré al espejo y divisé esa cara de imbécil que te queda cuando los jodidos estornudos deciden no salir. Densas ojeras rodeaban mis cuencas oculares. Solo podía utilizar un ojo, ya que el otro lo tenía casi bloqueado por la deformidad de mi decrépito rostro. Un rostro inexpresivo, nauseabundo, homenaje al caos y a la venganza. Trozos de piel putrefactas se balanceaban desde mi cara y una sonrisa maligna se formaban con los pedazos de labios que aún me quedaban. Había algo de prehistórico en aquellos rasgos. Me rasqué el cráneo. Para evitar que los parásitos anidaran en mi cabeza, mi peluquero, me mantenía con el pelo tan raído que se apreciaban claramente las cicatrices de las pedradas que de niño había recibido. Olía a vertedero, a gato mojado, a cebolla rancia. Era una aberración de la naturaleza, con genes humanos mezclados con genes de perro de Chernobyl. Mi boca torcida no terminaba nunca de cerrarse, mostrando una dentadura podrida y repugnante. Mis cejas eran asquerosamente tupidas, y se me agrietaban las costras de mugre cuando sonreía. Empecé a masturbarme con frenesí, aún absorto en  la melopea. Me di una ducha breve. Me enfundé un uniforme militar de camuflaje, poniéndome un casco de acero cubierto de paja y hojarasca para pasar desapercibido, y me pinté la cara de verde y negro.
El cabrón de Saturnino me había invitado a una jornada de caza del jabalí. Había quedado con él a las ocho de la mañana en el bar del pueblo. Al llegar, vi la taberna con numerosos camiones aparcados fuera, por lo que deduje que se trataba de un burdel. Subimos al monte en su todoterreno recién estrenado. Cogió su escopeta de cacería y a mí, me hizo entrega de una pistola de agua. Hijo de puta. En esa zona el terreno era de una pendiente considerable, el suelo arcilloso con abundancia de piedras resguardadas bajo las matas de boj, tomillo y alguna que otra joven encina en las solanas. Los barrancos y las umbrías eran frondosos, dónde predominaban los robles y sabinas, aunque también existían zonas que se repoblaron con pinos, por lo que la zona de caza era un variopinto tapiz de vegetación de secano con unas pinceladas de alpino. El lugar era bellísimo, ideal para llevar a cabo mis más siniestros anhelos pirómanos. Las manecillas del reloj rondaban ya las nueve de la mañana.  Desayunamos. Me comí una cajita de mikados como si fuera un castor, acompañado de un yogur sabor a putas del bosque. Saturnino tras comer sólo el chocolate blanco de un bote de Nocilla, bebió ron como si tuviese un hijo en la cárcel, cuando de pronto se escuchó un gran estruendo de piedras a nuestra espalda. Saturnino  salió del abrigo del joven roble, levantó el rifle mientras liberaba el seguro y se quedó mirando a su derecha, por dónde suponía debía aparecer la silvestre criatura. El jabalí no se hizo esperar. Saturnino dio un paso hacia delante, percatándose el jabalí de ello, quién en vez de cambiar a una marcha más larga, echó el freno de mano, quedándose éste parado en la entrada del sendero al tiempo se daba la vuelta para tomar una vía de escape alternativa. Yo estaba más acojonado que el urólogo de King Kong. Mi pistola de agua, sin duda, no sería un arma efectiva para detener aquel puerco salvaje. Antes de que el jabalí abandonara tan bello sendero, Saturnino le soltó un certero disparo que le entró por encima del nacimiento de la cola, haciendo añicos su espina dorsal y parte de la cadera. Maldito cabrón. Era una hembra joven de jabalí. La reconocí por el olor ferruginoso de su sangre. Tengo la facultad de adivinar el sexo de cualquier criatura, especialmente si son hembras, puesto que éstas me excitan. El riquísimo olor metálico de su sangre, escapando a través de los poros de su piel. Ignoro si estaba menstruando. No sé de dónde venía el hedor, o puede que sí, que viniera de sus entrepiernas, pero yo olía libidinoso sus pieles, sus pelos, sus genitales. El silencio volvió a ser el dueño del pinar y poco a poco, empecé a convertir la excitación en felicidad y sosiego, como quién se deshace de un pesado lastre.
Subimos cogidos tiernamente de la mano monte arriba en busca de perdices. Escogíamos al azar una palabra y cantábamos una canción improvisada con ese vocablo. Saturnino utilizaba el bastón como gadgetobrazo, abriéndose paso entre la maleza. De pronto, divisamos a cierta distancia, sobre la cúspide de los árboles, dirigiéndose hacia el saliente, una luz más blanca que la nieve, distinguiéndose la forma de una joven transparente y más brillante que el cristal traspasado por los rayos del sol. Al acercarnos más, pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados. Llegamos hasta su adorable presencia. Mucho nos sorprendimos por la manera que, sobre toda ponderación, destacaba su maravillosa majestad: sus vestiduras resplandecían como el sol, como que reverberaban, y la piedra, el risco en que estaba de pie, como que lanzaba flechas de luz; su excelsa aureola semejaba al jade más precioso, a una joya, la tierra como que bullía de resplandores, cual el arco iris en la niebla.  Ante su presencia nos postramos. Escuchamos su venerable aliento, su amada palabra, infinitamente grata, aunque al mismo tiempo majestuosa, fascinante, como de un amor que del todo se entrega. Era una ángel, inmaculada, mayestática. Se nos había aparecido un serafín  celestial, señorial, solemne, sublime, esplendoroso, magnífico, grandioso, regio. Sus cabellos eran cortos, castaños y apenas ondeados, su tez muy pálida y sus ojos grandes, azules y expresivos, con una mirada profunda que nos estremeció cuando nos miró dando la impresión que nada se escapaba de ella.  Estaba rodeada de una luz dorada y llevaba su cabeza coronada con una aureola con cinco estrellas. En el centro del pecho se veía su inmaculado corazón luminoso. Con un lenguaje de autoridad y amor que nos llevó a no temer, invitándonos a que le entregáramos nuestro corazón, nos susurró: -" Hijos míos, yo soy un querubín. Oraréis el Metta-Karuna todos los días para convertir corazones. Difundid mi mensaje, y pegad una somanta de collejas a los directivos de Bankia. Y tu Antastasio, hijo mío, cuídate esa gonorrea. Tiene muy mala pinta. Ahora vuelvo nuevamente a mi reino. Os quiero pequeños bastardos."-.
Esta aparición silenciosa, duró apenas unos instantes, desapareciendo al igual que las palpitaciones que la precedieron.



martes, 12 de junio de 2012

COMO VOLAR

Los primeros tebeos de superhéroes que recuerdo haber comprado fueron de Superman, un par de álbumes en el Corte Inglés, con los que me entretuve mientras mi madre recorría durante lo que a mí me parecían lustros las secciones de rebajas en busca de un tanga para excitar a mi eunuco e impotente padre. La adquisición no podía ser mejor. Me fascinó aquel atractivo y espartano atleta, el que bajo unas grotescas bifocales y una actuación estelar, podía esconder tanto poder y además, ¡¡¡podía volar!!!!. Empecé a interesarme en el tema. Cinco siglos atrás, un verdadero talento artístico, un genio, comenzó a deslumbrar. Lo que él consiguió estaba más allá de su tiempo. Leonardo Da Vinci fundió magia y técnica, razón y arte. Pero su verdadera obsesión (y frustración) fue volar. Y al diseño de una máquina voladora dedicó largas horas de investigación y meditación. Curvado sobre su mesa de trabajo, hundido en sus pensamientos, acariciándose con sus finos dedos su larga barba ondulada, contemplaba en su cuaderno el gigantesco esqueleto de murciélago de su último intento preguntándose si lo lograría algún día. Jamás lo consiguió.
Posteriormente, Franz Reichelt, un próspero e insensato sastre francés y también un intrépido visionario, tenía desde muy joven la intención de volar. Después de estudiar detalladamente alguno de los inventos que Leonardo Da Vinci había ideado para tal fin, Reichelt ideó él mismo una especie de traje aerostático que le permitiría flotar en el aire. Convencido de que su traje volador funcionaba, realizó una prueba preliminar arrojando un muñeco desde la segunda planta de Torre Eiffel, pero éste se estrelló inevitablemente contra el pavimento.
Aludiendo el fracaso a que los muñecos no podían mover sus brazos, para hacer funcionar el traje correctamente, Franz Reichelt decidió probar él mismo su invento. Ante la negativa de las autoridades de la Torre, Reichelt acudió a la Policía de Paris, quienes paradójicamente le otorgaron un permiso para realizar la alocada hazaña. Finalmente, durante la mañana del 23 de febrero de 1912 una numerosa cantidad de curiosos estaban al pie de la torre Eiffel, deseosos de saber si el experimento de Reichelt funcionaba. El soñador se ubicó en lo alto de la torre convencido de que iba a realizar una increíble proeza: Volar.
Se lanzó  y en un breve lapso de tres segundos, el joven sastre se estrelló en la calzada dejando un agujero de 35 centímetros de diámetro.
Harry Ward, “el hombre pájaro de Yorkshire”, realizó su primer salto de alas en Inglaterra en 1936 y logró caer estable, hacer giros y desplazarse horizontalmente durante la caída libre. En total hizo nueve saltos con sus alas consiguiendo por primera vez emular a los pájaros.
Desde tiempos inmemorables el hombre ha querido volar, ya que el cielo es una frontera en la cual toda clases de cosas pueden suceder. Al observar a las aves desde tierra, el humano anhela poder surcar el aire sin peligro alguno como lo hacen estas criaturas esplendorosas.
No obstante, e incomprensiblemente, todos los genios que la historia nos ha regalado, intentaron volar con la ayuda de algún artilugio, máquina o paracaídas.
Nunca el ser humano ha estado cerca de convertirse en un auténtico pájaro, de volar sin la necesidad de un equipo más allá de sus extremidades y sus brazos que le permitan desplegar la trazada. 
Esta mañana, tras esperar a que mi vejiga estallara antes de levantarme, he tenido un presagio. Me he enfundado una peluca emulando a Agassi en Roland Garros, y observando a través de la ventana el vuelo de una golondrina, he gritado: -“¡Qué fácil, qué sencillo!”-. 
Me he maravillado, acompañándola con la mirada, envidioso y triste, observando esa elegancia innata en el movimiento de sus alas, con ese refinado acto de defecar surcando los aires, esa disciplina estilizada y ligera de sus extremidades colonizadas por denso plumaje.
Quería ser el primer ser humano que volara sin ayuda de ningún artefacto.
Consciente que adolezco del entramado muscular imprescindible para que pueda lazar el vuelo, sabedor de que no estoy dotado de una urdimbre tendinosa que haga posible aletear, recoger, extender y mantener rígidos esos apéndices cuando sea necesario, me he acercado al balcón y me he tirado al vacío para VOLAR, con la única ayuda de mis piernas y brazos.




miércoles, 6 de junio de 2012

ADIÓS,,,

Camino desbordado por la tristeza, el cielo amenaza con ponerse a llorar sobre mi cabeza devastada por la alopecia. Eructo como intentando expulsar los demonios que llevo dentro. Miro al frente esperando no ver nada, y así poco a poco el tiempo pasa. Hace mucho que el sol no brilla en mi interior y que el mundo ha dejado de tener sentido para mí. Paso los días encerrado y a salvo de cualquier sensación o sentimiento, aislado del mundo que me ha decepcionado.
He perdido la ilusión por seguir viviendo. Lo tengo decidido, voy a suicidarme. Y lo haré sin depilarme. Hoy, día 6 de Junio de 2012, Miércoles, a las 9:30 horas, dictamino por voluntad propia y sin ninguna clase de coacción externa, poner fin a mi siniestra vida, y lo hago siendo plenamente consciente de que lo que me espera al otro lado no es sino el vacío más absoluto, la nada, la no existencia. Voy a entrar en el infierno por la puerta grande y a hombros de algún desalmado. Ha llegado el momento de saltar, de que el sonido de la bala libere mi espíritu roto por los crueles achaques de este injusto destino. La sola idea, hace que mi pulso se acelere, que tenga una erección involuntaria y la sangre se me congele en mi mórbido pecho. Me masturbo escuchando como una cámara rebobina un carrete en un vano intento para tranquilizarme. Es una decisión que ha sido calibrada con mesura. Pero ni siquiera soy capaz de levantar la mirada ante semejante visión y no estremecerme de terror, pero la idea de permanecer un minuto más en este mundo es aún peor. No hay marcha atrás. Me despido de este mundo. Un mundo salvaje, egoísta y cruel. Abrí mi corazón de par en par, dejé que cogieran todo cuanto quisieran hasta que me dejaron sin nada. Sí. Todos vosotros sois los culpables. Por vuestros insultos, afrentas e injurias. Estoy cansado de vegetar los Lunes, los Martes, los Miércoles, los Jueves, los Viernes y los Sábados, cansado de saludar a alguien, equivocarme, y saludar al infinito, de disparar balas de plata a hombres muy peludos. Estoy harto de la eterna duda de si es una papelera o un paragüero. Dolido por haber nacido porque la farmacia estaba cerrada, rendido de escuchar ópera en un sutil intento por integrarme a la élite. Agotado de probar fármacos para ganarme la vida. Fatigado de despertar animales por aburrimiento, exhausto de prostituirme pagando yo. Tremendamente preocupado por el cambio climático, por no disponer de Whatsapp. Hundido por haber descubierto a mis 38 años que fornicar no es una empresa de alquiler de vehículos.
He dedicado toda mi vida por entero a los demás, sin preocuparme por mi propia felicidad. He dado todo lo que tenía y más, pero a cambio solamente he recibido incomprensión, brutales palizas, desprecio y la más absoluta y dolorosa ignorancia. El amor y la amistad son dos caminos vedados para mí, y mis estrábicos ojos se inundan de lágrimas cada vez que pienso que me iré sin haber conocido a una sola persona con la que compartir todo lo que llevo dentro de mi ser. Estoy frustrado por no haber podido conocer a E.T.. Cansado de coger taxis llorando y ordenar al taxista "a la luna" . Hastiado de mi vida, abatido por las propuestas que los agricultores me ofrecen para que sea su espantapájaros. Estoy harto de darme de bruces una y otra vez con una realidad que ya no me gusta. Ya no me quedan ganas de seguir.
Extenuado de vivir con miedo de que me quiten lo bailao. Cada día me cuesta más mantener la figura, y mi desfigurado rostro lejos de conservar la tersura de los veinte años, no cesa de arrugarse en un intento por amargarme la existencia. Me siento solo y aburrido en una vida absurda y vacía que me abofetea día tras otro. Ya es demasiado tarde para la autocompasión, no puedo abandonar este mundo con mi corazón cargado de rencor y frustración. Mi vida comenzó gracias a Falete y ahora termina con una leve melodía de trasfondo que grita desde mi interior- “Capuuuuulllllloooo”-. La ultima muestra de valentía de un cobarde tal vez. Yo maté a JFK.
Alguien toca a mi puerta. Es la muerte que viene a acompañarme. Ha llegado mi hora. Cierro por última vez mis ojos. Veo a Napoleón.
Me voy.
Adiós.





viernes, 1 de junio de 2012

REENCARNÁNDOME EN MUJER

Al vivir en un vigésimo séptimo piso sin ascensor siempre me había resultado difícil tener un sótano propio. Sin embargo nunca fui un hombre cobarde que se diese por vencido al mínimo contratiempo que se cruzara en mi camino. Me considero un ser audaz, valiente, que tiene más de veinte pestañas abiertas en google chrome para demostrar mi hombría e intrepidez. Así pues, tras indagaciones y sobornos, di con una empresa que prometió realizarme muy eficientemente las obras necesarias para que pudiese así gozar de cripta secreta, herramienta básica para cualquiera con unas aspiraciones como las mías: ser genio de la ciencia.
Con el sótano recién terminado por unos rudos obreros de la Europa del Este, amueblé mi tétrico escondite con acristaladas geometrías, tubos de ensayo, burbujeantes calduchos fluorescentes, microscopios, computadoras y palancas chirriantes. 
Estar el borde de la muerte por deshidratación en mi cama todos los domingos, siempre había despertado en mí interrogantes acerca del deceso. La muerte la deseamos constantemente a nuestros enemigos, que casi siempre son acérrimos, pero nadie le agrada hablar de la suya. Y es que tarde o temprano a todo el mundo le llega su hora, y no hablo de fingir tu propia muerte  tras tropezar y caer en público. Me refiero a dormir eternamente, a reposar perpetuamente, el perenne descanso. Devorado por pastores alemanes, un inesperado resbalón en la ducha o en una  simple intervención quirúrgica de fimosis, pueden ser motivos de prematura despedida a nuestra vida. Adiós al jodido trabajo, adiós a la gonorrea, adiós a la asquerosa de Jacinta. Pero también dicha idea despertaba en mí otro interrogante: -¿ Y si existe la reencarnación?-.
Esa idea me fascinaba. El abanico de posibilidades a las que optaría rebasaba mi imaginación. Pero mi auténtica obsesión era reencarnarme en un clítoris. Acorazado por su capuchón, permisividad sexual, siendo revoloteado por una lengua ajena sobre mí, repitiendo este movimiento rápida y generosamente, variando la dirección de cada movimiento y haciendo pausas entre cada embestida de la lengua.
Al no disponer de la infraestructura mínima en mi laboratorio para lograr mi anhelo, decidí reencarnarme en mujer.
El anestésico casero que me inyecté en mi pequeño sótano mediante un enema artesanal, me permitió realizar hendiduras sin dolor alguno, pero también con estéril precisión y, por eso, el post operatorio, se convirtió en una resaca del infierno. El narcótico inyectado por vía rectal, me hacía mezclar los personajes de las series. La amputación del pene y testículos, la realicé torpemente con una pala de jardinero. En la etiqueta del frasco no ponía nada de efectos secundarios, sólo leí Hemoal benzocaína 30 miligramos y efedrina hidrocloruro 2 miligramos, un anestésico de calidad zimbabwesa comprobada. Los pechos los construí hábilmente con dos lonchas de lomo, a las que diestramente pegué dos puntas sintéticas de biberón a modo de pezones. El injerto capilar fue empresa más complicada. Tuve que asesinar a una anciana y con precisión quirúrgica, arrancar uno por uno su vello púbico para implantarlo en mi despoblada cabeza. Pelo rizado, como siempre me han gustado las mujeres.
Pese a la carencia de enfermera y mi pulso trémulo, el resultado alcanzó milagrosamente las cotas de excelencia que estas operaciones requieren.
Observé mi silueta en el espejo y me sorprendí del nuevo cuerpo celestial que acababa de crear. Si bien es cierto que existían ángulos rectos en lugar de curvas, aparecían extremidades en lugares inimaginables, como la nuez en mi ojo derecho, el vello esfínterico en la nariz o la uñas podales colgando de mis orejas, las medidas eran de escándalo: 180 – 135 – 225.
Mi primera acción como mujer fue una evidente, prolongada e interesante autoexploración.
Acaricié mis senos, y procedí a masajear mi clítoris artificial, un berberecho, de grandes dimensiones, diestramente adherido en mi entrepierna con Super Glue 3.
Pese a mis mórbidos y peludos pectorales, y mi espalda colonizada por una fornida alfombra de vello rizado, había conseguido enfundarme en una nueva vida femenina.
Me maquillé tal pintura de Picasso y salí a la calle con vida nueva. Esperaré impacientemente la menstruación.





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