Me senté a zampar delante del ordenador, como había hecho todos los Domingos en los que Jacinta trabajaba. Parecía un sucio gorrino hambriento. Comía con las dos manos recubiertas de aceite y grasa, mientras me chupeteaba astutamente mis dedos. Tenía hambre de lobo. Recomía los pedacitos de mortadela que me quedaban entre los dientes con sonoros chasquidos dentales. Encendí el pc y utilicé lenguaje cavernícola al hacer una búsqueda en Google. Quería obtener información sobre la eyaculación precoz, puesto que la falta de control sobre el reflejo eyaculatorio en la fase del orgasmo durante mis relaciones sexuales era un trastorno que venía padeciendo desde hacía algunos meses. La extremada educación de Google en su observación "Quizás quiso decir:..." me alertó que eyaculación se escribe sin h. Yo siempre me he fiado antes de Google que de mi médico. Aporreando con mis dedos de pocero hice click en el icono de un artículo sobre el tantra mientras bostezaba y con la mano izquierda me rascaba el sobaco. El documento estaba en formato pdf y acompañé con palmas la bajada del archivo para que para que fuera más rápido. El artículo ilustraba quee al cual la conciencia individual se unía con la conciencia pura o divinidad, alcanzando la iluminación completa, un eterno estado de paz duradera. Era una especie de “yoga sexual”, cuya finalidad era dominar, amansar y gobernar el apetito sexual, de tal manera que el hombre podía retardar horas e incluso días la eyaculación. Realicé una minuciosa búsqueda de centros de Tantra, hasta que obtuve un resultado. El consultorio residía en apenas dos manzanas de mi domicilio. Decidí llamar y reservar una sesión.
Me vestí con rapidez unos vaqueros desgastados, una camisa blanca y unas sandalias blancas. El aire olía a lluvia, el cielo estaba gris y unas gotas dispersas golpeaban ya las baldosas de la calle. Con paso espasmódico emprendí la cuesta que conducía al centro tántrico. Estaba nervioso. Encendí una colilla de un cigarro que había tomado del húmedo asfalto y di dos bocanadas profundas tratando de calmarme. El centro de masajes estaba en el subterráneo de una galería comercial. Los graffitis adornaban las paredes y las escaleras automáticas. Dos guardias de seguridad, aguardaban inmóviles en la entrada. Respiré profundamente y me dirigí hacia la puerta. - “ Buenas tardes, soy Anastasio Prepuzio, me esperan para la sesión de Tantra.”- entoné con voz firme. Uno de los vigilantes chequeó mi nombre en la lista que tenía en el portafolio. - “ Pase a la sala de espera por favor. En seguida le atenderán.”- respondió amablemente. La sala de visitas era asombrosa con un estilo arquitectónico fiel a sus orígenes balineses. Barritas de incienso y estatuas inspiradoras de Buda decoraban la estancia. Miré mucho rato un cuadro budista que colgaba de aquella sala para hacerme el interesante.Una mujer barbuda, desdentada , de apenas 120 centímetros de estatura,ejemplar de hembra uniceja, con bigote y patillas, con esa edad indefinida que marcaba a las campesinas entró en la sala. - “Buenas tardes. Soy Yania. Bienvenido. Si quiere acompañarme…”-. Acompañé a aquella decrépita mujer andando a ritmo de mp3 de lo nervioso que estaba. Me hizo esperar en una sala de masajes.- “ Desnúdese y túmbese en la camilla. En seguida viene la masajista”- sentenció. Me desnudé quitándome mis rígidos calzoncillos, salpicados por excrementos y orines, adornados con escandalosos frenazos con relieve de tono dorado ocre que emanaban un hedor parecido a los cubos de basura destapados. Estaba extremadamente nervioso. Pude notar como mi propio aliento volvía hacia mí, experimentando un leve desvanecimiento por el pestazo que mi boca infectada desprendía.
Me abrió la puerta y la vi. No muy alta, esbelta, de unos 40 bien llevados. Una hembra bellísima, en ropa interior. Nos saludamos cortésmente. El lugar muy cálido, en tonos fuertes con luz tenue de velas y una música increíble con sonidos de mar de fondo y algo de jazz.Me acosté sobre la camilla y comencé a escuchar una meditación que sin darme cuenta logró su cometido: relajarme. Me dejé llevar por los sonidos del mar mientras sentía que mi pene empezaba a agujerear la camilla. Mi mente volaba, se sumergía en ese mar imaginario, estaba tranquilo. Me sentía raro, como flotando en esa camilla. Una sensación indescriptible, única. Mi cerebro estaba sin pensar, cosa que para alguien cerebral como yo parecía imposible. Creía que estaba en otro lugar, en otro planeta, en ese lugar en donde toda la paz del mundo aparece y no querría que se fuera jamás. De pronto comenzó una música suave y sentí que me rozaban mis purulentos pies, luego las rodillas, los velludos muslos, la ingle, el mórbido pecho, la garganta, los ojos y el grasiento pelo. Ahí me dijo: ..-”Tranquilo, mantén la respiración y sigue con los ojos cerrados…”- pero al abrir los ojos la vi desnuda, imponente y la eyaculación precoz empezó a despertar,con las pulsaciones a mil.
-“Ahora te voy a enseñar como retardar la eyaculación”- susurró socarronamente la masajista. Me parecía imposible que pudiera lograr tal quimera proeza, pues mi libídine estaba en la cresta de la ola.
La masajista se enfundó un guante de boxeo, y sin previo aviso, empezó a aporrearme los genitales, con rabia, cólera, furor, como si de un muñeco de goma se tratara. Flageló sin escrúpulos mi escroto con ira, exasperación, vesania, con ensañamiento y rudeza.
Para terminar la sesión, la muy cabrona se aproximó a una mesa donde aguardaban objetos poco tranquilizadores y cogió una pinza metálica que colocó en mi pene y testículos y aplicó una aterradora descarga eléctrica, logrando una repentina contracción de mi cuerpo, acompañada de un grito apenas contenido.
Sin duda, puedo afirmar la veracidad de aquel artículo que desgraciadamente leí. Había conseguido retardar la eyaculación. De hecho, desde entonces ( hace 45 días), no he logrado orgasmo alguno.