martes, 31 de enero de 2012

CONSULTORIO DÖCTOR PREPUZIO XIV

Albert Triado: Estimado Anastasio, viendo lo magna que es su inteligencia, creo qu es usted el único que puede resolver mis dudas, así que allí vamos: ¿ Qué puedo hacer para comer un buen pescaíto frito en Londres?. Es que ya llevo 4 meses y no hay manera…
Gracias por compartir su sabiduría.

Apreciado Albert
La mala fama de la comida en Inglaterra debe ir siendo poco a poco matizada sobre todo porque no existe una cocina típica del país, sino más bien una amalgama de cocinas internacionales que los británicos han hecho suyas. Para degustar unos exquisitos pescaitos fritos en Londres, te coges unos de esos horteras y excéntricos Black Cap ( taxis londinenses ) y ordenas que te trasladen hasta Baker Street a la altura del Mdme Tussaud’s Planetarium. Justo al lado divisarás un establecimiento comercial llamado THE FREAKY FISHERMAN SHOP. Entras en el bazar. Entonas el Gut Mornin, y pides una caña de pescar de acción lenta ( Slou-Agtion, para los ignorantes que no hablan inglés. ), un par de carretes ( tu carrets ), anzuelos ( anzuels ) y señuelos artificiales ( senyuels artificials ) . Adquirido el kitt de pesca, y en un agradable paseo, te diriges hasta el puente Waterloo. Trepas por la estructura metálica que soporta el viaducto y una vez en la cima, desenfundas la cañita y alé, a pescar. Pese a que los pececitos del Támesis han sufrido aterradoras mutaciones genéticas,  con un buen rebozadito de harina, igualito que un boquerón. 

Carlos Bravo Prieto: Hola Döctor Prepuzio. Desde Argentina donde también le seguimos ¿ Por qué razón la mujeres abren la boca cuando se maquillan?

Apreciado Carlos,
El rostro humano, por analogía, es un lienzo donde podemos plasmar, entre otras cosas, nuestras inquietudes, sentimientos, dogmas, estados de ánimo o si tenemos un estreñimiento de tres pares de cojones. El maquillaje es al ser humano como el lino a la pintura. A pesar de que el cuerpo femenino posee por sí solo gran expresividad y poder comunicacional, la hembra a través del maquillaje, ha escondido y resaltado rasgos y ha potenciado al máximo sensibilidades y creencias. Diversas investigaciones antropológicas sostienen que la mujer, mientras decora cuidadosamente sus ojos, abre su boca en forma de o, fruto de un acción refleja, de un acto de sorpresa ante el poder de alteración facial producido por el frasquito de rimel. Mi  hipótesis argumenta que tras la apertura de la boca de la mujer mientras se maquilla, se halla el mugriento y decrépito mayordomo del Tenn, que impulsivamente realiza la prueba del algodón en el pubis femenino. 


Ivan Sauch : otro dilema:¿ por qué cunado hace sol el pelo se aclara y la piel oscurece?


Apreciado Ivan,
Esta es otra de las creencias populares que no se ven corroboradas por la evidencia empírica. Nuestro grotesco y siniestro organismo fabrica saliva, orines, heces y melanina. Ésta última es un pigmento de color negro o pardo negruzco, con exótica forma de gránulos que existe en el protoplasma de ciertas células de los vertebrados; a ella deben su coloración especial la piel, el pelo o la coroides en los ojos. Al entrar nuestro cuerpo en contacto con el sol, la melanina actúa como primera defensa contra los rayos del Astro rey, pigmentando nuestra piel. Al oscurecerse nuestro cutis, el bello capilar parece más claro. Pero sólo lo parece. Eh aquí la clave de tu estúpida consulta. Es sólo una percepción, una simple apreciación visual. Para corroborar dicha tesis, te invito a que realices la comparación con tu sucio vello púbico. Verás que por mucho que tomes el sol en pelota picada, la jungla salvaje que coloniza tu zona genital, jamás se aclarará.





jueves, 26 de enero de 2012

LA PARTIDA DE BILLAR

Estaba sentado ebrio, masticando opio, en la mesa de aquel bar castizo que me obligó a empezar a fumar para no quedarme sólo dentro. Sólo algunos habituales clientes de esos que nunca pagaban, vagos, timberos, prostitutas, ocasionales jugadores de pool de las mesas del fondo y el 'ruso', un decrépito personaje que no necesitaba beber para divertirse, detrás de la barra, como siempre. Una mirada a la calle vacía de todo movimiento bastaba para desalentar a cualquiera, pero no para mí. Leyendo absorto un número atrasado de una revista de zoofilia, la puerta de la taberna se abrió bruscamente y apareció en su vano un hombre elegante, muy alto y delgado. Estaba vestido impoluto con su esmoquin de color rata de alcantarilla. Su camisa amarilla simulaba el color de los muertos por ictericia. Negros de charol, sus zapatos brillantes. Y su corbata verde era de un aceitunado fosforescente. Se sentó en la barra y pidió un whisky, estando al acecho como fieras que esperan a su presa. Jacinta, vestida con una falda muy corta, una blusa amarilla casi transparente y un diminuto tanga ambarino, había salido del bar para que le tocara el humo. Entró de nuevo a la cantina. Parecía E.T. disfrazado de gitana. La sonrisa de aquel apuesto caballero se desdibujó automáticamente; señal de que empezaba una noche de arduo trabajo. El sudor brotaba de mi agrietada frente con cada pedido que llegaba a mi mesa. Había empezado ya ha hacer círculos en la mugrienta mesa con mi dedo índice. Había  llegado ya a formar parte del decorado del bar . Me apoyaba en la mesa y me fundí con el ambiente, siendo invisible para los allí presentes. Las luces se revolcaban entre la multitud. El sitio ya estaba lleno y el bochorno se hacía cada vez más insoportable. Tenía más calor que el cortador de los kebabs.
Jacinta empezó a bailar como si se jugara la final en fama, danzando en una coreografía mezcla lambada, tango-reggeaton, prácticas exorcistas y elegantes técnicas milenarias de combate. Con complejos movimientos espasmódicos, tal ataque epiléptico, parecía desafiar las leyes de la física. Danzaba cargada de sensualidad, con cuidados movimientos de su cuero cabelludo,  perfectamente estudiados. El hombre de la barra, de algo más de cincuenta años, enjuto como si los soles tropicales hubiesen secado toda la savia de su cuerpo, de rostro color rojo ladrillo, se levantó de la silla y se puso también a bailar. Su radar había emitido una señal inequívoca. En seguida pude adivinar sus intenciones: un accidente casual o un contacto físico, de manera que se pudiera dar la oportunidad de intercambiar algunas palabras. Se acercó sigilosamente a Jacinta y con un malintencionado tropiezo, se abalanzó sobre ella.
-" Hueles a húmedo, ¿Por qué no lo celebramos? "- susurró aquel cabrón. Jacinta se sonrojó por el cumplido. -" Hola soy Jacinta"- se presentó besándole babosamente las mejillas. La muy jodida le siguió la corriente. El hombre,  con aires de galán, respondió: -" Yo soy Manolo.....y dime, tú, ¿escupes o tragas?"- . Jacinta soltó un ruido de cerdo al reírse.-"Bonitos calcetines. ¿Me los puedo probar después de haberte follado?-" le contestó socarronamente.
Me levanté de la silla cabreado, y me acerqué a la pista de baile como si esquivara a un francotirador. Gritaba:  -"¡Lo mato!, ¡agarradme que lo mato!"-. Nadie me hizo caso. Estaba borracho como una cuba, pero aquel desgraciado se iba a enterar de quién era yo. Cogí al hombre por el cuello y di un torpe puñetazo al aire que apenas le rozó. El apuesto individuo respondió con una brutal patada en mis genitales que me dejó los testículos a la altura de las amígdalas. Vi moléculas. Me volví daltónico. Me levanté tambaleante,  con la visión parecida a la de una mosca, pudiendo observar aquel mamonazo desde varios ángulos. Como no disponíamos de florete para batirnos a un duelo a muerte, propuse a aquel bribón, batirnos en el varonil y honroso arte del billar. 
Me despojé de mis prendas para despistar a mi adversario e iniciamos la partida, ante la atónita mirada de los allí presentes.
El taco se deslizó suavemente entre los dedos manchados de tiza azulina de aquel imbécil, amagando varias veces. Podía ver cómo mi oponente calculaba la fuerza, el ángulo, el efecto. Se inclinó hasta casi tocar con la barbilla la madera barnizada que brillaba bajo los neones que alumbraban la mesa. Golpeó la bola blanca, suavemente, ligeramente de lado, acomodándola en su próximo emplazamiento tras el rebote para dejar un tiro limpio en la futura jugada. Rebosaba confianza, seguridad. Llegó mi turno. La geometría y la estrategia se dan la mano en este juego más que en ningún otro. Y yo era diestro en dichas disciplinas. Cogí el taco y me incliné en aquella mesa, enorme, con su inmaculado paño verde, como un campo de batalla sobre el que desplegar una estrategia vencedora.-" Verde a la esquina"-, pronuncié con voz gangosa. Zass!!!!, un enorme set mutiló el tapiz sin apenas golpear la bola, desatando las carcajadas de la multitud congregada en la sala de billar. Mi rival siguió jugando, encadenando golpes tras golpes. No fallaba. El octavo tiro fue más fácil. La dejó bien colocada en la jugada anterior. A aquel paso iba a limpiar la mesa en cuestión de minutos. Debía despistar de alguna manera u otra a mi contrincante. Mi perversa mente empezó a tejer una efectiva técnica de distracción. 'Estrategia', me repetía una y otra vez. Emití una siniestra psicofonía en alemán. Golpeó y... ¡Había fallado!. El hombre de rostro atractivo había marrado al embocar la negra y yo había logrado hábilmente mi cometido. Ahora me tocaba a mí, y tenía un tiro franco para embuchar una roja. Si mantenía la concentración, podía colar la jodida pelotita. Me estiré lo más posible para alcanzar la bola blanca, subiendo una pierna sobre una de las esquinas de la mesa. Con esto, la multitud pudo observar desde el centro del remolino donde se encontraban, mi dantesco ojo triste, despertando un murmullo de desaprobación y algún que otro grito de repulsión. Mi contrincante, confundido por los siseos de los espectadores, se acercó para ver lo que ocurría. El impacto emocional que le ocasionó al escrutar mi velludo culo con los arrugados testículos colgando, lo hizo desvanecerse.
Había ganado la partida por KO.

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viernes, 20 de enero de 2012

MI PRIMER SOBRINO

Jacinta se encerró en el  cuarto de baño, durante una hora. Se aseguró de trabar la puerta con el pestillo que hizo instalar el mismo día en el que se mudó a mi casa. No sabía lo que ocurría allí adentro. Apareció tras mi larga espera, con las cejas pintadas en mitad de la frente, vestida con un traje de Abba, atrevida, peinado de tres pisos y unas medias de rejilla que la hacían parecer un redondo de ternera. Me sedujo al instante, despertando brutalmente mis instintos carnales más primarios. En aquél momento hubiera matado una ballena a chancletazos. Empezamos a besarnos apasionadamente. Jacinta me amordazó a cuatro argollas fijadas a la cama de roble. Me vendó mis estrábicos ojos y con una pluma de paloma, recorrió mi cara, mi cuello, las costillas, mis tupidas axilas, las plantas de mis pies... Jadeaba de placer.  Ella comenzó a recorrer su leprosa lengua por mi pecho e ingles, dejando un rastro de mucosidad verde a su paso. Acarició mi mejilla y, de pronto, una tremenda bofetada me hizo girar el rostro. Me despojé de las argollas confundido. Empecé a  besar las ronchas de tono verdoso de su pecho, las uñas de sus pies que se desprendían con facilidad, sus nalgas y caderas, intentando imitar lo que había visto en las películas para adultos.  La martirizaba restregando mis mejillas sin afeitar sobre su pubis, regalándole íntimas caricias que le provocaban ahogados suspiros. Le lamía el lóbulo de la oreja mientras que le susurraba dulces y tiernas palabras que la hacían vibrar de deseo. -" Fea"- le musitaba en el oído. La tumbé en la cama y me agarré a sus fornidos jamones y empecé a lamerle el sexo. Primero con la lengua. Después con una mascarilla de esas que se usan para pulir el suelo. En un acto instintivo, empezamos a realizar la maniobra del 69. Descubrí, atónito, que el Arzobispo de Toledo había muerto. Jacinta tenía el siniestro hábito de lavarse el culo con papel de periódico. Una ráfaga de metano caliente saliendo en tromba por su ano me dejó casi noqueado. Cabalgamos con los ojos cerrados, embebidos de esa mística que convierte en futiles los fonemas y alumbra nuevas formas de entenderse, en dulces movimientos de fresa abiertos al crepúsculo, en una desenfrenada pasión aterciopelada y gentil.
Sonó el teléfono. Era mi hermana Hurraca, que estaba de parto. Nos vestimos con presteza y cogimos un taxi rumbo al hospital. Un retoño estaba a punto de ampliar la familia Prepuzio.
Vigilando nervioso el taxímetro preocupado por si no me llegaba el dinero, Jacinta utilizando todos sus músculos faciales, me guiñó socarronamente un ojo, en una clara alusión al macabro fornicio que habíamos consumado. Llegamos al hospital y nos dirigimos al mostrador. Antes que pudiera preguntar, la recepcionista me respondió: - " Cirugía Estética, Quinta planta"-. Hija de puta.
Cogimos el ascensor rebosante de familiares de convalecientes. Se hizo el característico silencio de cuando nadie conoce a nadie. En un intento por romper la incómoda tensión que destilaba el elevador, vociferé :-" Se preguntarán por qué les he reunido aquí."- desatando las carcajadas de aquellos imbéciles.
Llegamos a la planta de maternidad. El edificio era familiar para mí, pues en alguna infausta ocasión ya había tenido que visitarlo. Las enfermeras con sus eróticos pijamas de hospital recorrían de un lado a otro el edificio. Intenté  adivinar qué tipo de ropa  interior estaban recubriendo su cuerpo. En el rellano, sentados en la sala de espera, estaban mis padres cogidos de la mano, un decrépito adulto de unos 40 años y mi cuñado, más nervioso que una monja con retraso menstrual. Nos comentaron que Lucifer, el nombre escogido para mi sobrino, pesaba cerca de 7 kilos, por lo que era necesaria una macrocesárea. En apenas 20 minutos conoceríamos al pequeño retoño. Aproveché la espera para bajar a la planta de urología para que me practicaran un voluntario tacto rectal.
Al subir de nuevo mi cuñado sostenía al bebé entre brazos. Sus llantos eran insoportables. Tembloroso y emocionado, quise coger a mi sobrino. Entendí entonces por qué pesaba 7 kilos.





martes, 17 de enero de 2012

SUICIDIO FALLIDO


Todo cambió desde el accidente. Recuerdo como me dejaron con  suero, supuesto analgésico y antibiótico en una sala de recuperación. Había perdido mucha sangre. Una enfermera se acercó a mi, se apiadó y me confesó que la instrucción era que me dejaran morir como a un perro leproso. Nadie quería atenderme. Los sanitarios huyeron horrorizados al ver mi rostro desfigurado y carcomido, como si de un enfermo de ébola se tratara. Sí, es cierto, soy un hombre de rasgos repugnantes e indecorosos, pero un ser humano al fin y al cabo. Sucio y repelente, pero terrenal. En el sanatorio, que no reunía las condiciones mínimas de salubridad, me recuperé no sin antes recibir otro cruel mazazo. Sedado y con sobredosis de morfina, yacía inmóvil, inerte, petrificado en mi cama. La habitación sucia, decorada de moho, estaba infestada de cucarachas, gusanos y ratas. Fueron precisamente los roedores que, hambrientos y famélicos, me devoraron los testículos. Desde entonces he perdido la ilusión por seguir viviendo. Ya lo había decidido, iba a suicidarme. La sola idea hizo que mi pulso se acelerara y la sangre se me congelara en el pecho. Ni siquiera era capaz de levantar la mirada ante semejante visión y no estremecerme de terror, pero la idea de permancer un minuto más en este mundo era aún peor. Un mundo salvaje, egoísta y cruel. Abrí mi corazón de par en par, dejé que cogieran todo cuanto quisieran hasta que me dejaron sin nada. Estaba cansado de cantar canciones sobre odio y misantropía, de tomar cafés en noches de insomnio como paradigma de la inconsecuencia. Estaba harto de la eterna duda de si es una papelera o un paragüero. Dolido de haber nacido porque la farmacia estaba cerrada, estaba cansado de escuchar ópera en un sutil intento por integrarme a la élite, de probar fármacos para ganarme la vida. Fatigado de despertar animales por aburrimiento, de prostituirme pagando yo. He dedicado toda mi vida por entero a los demás sin preocuparme por mi propia felicidad, he dado todo lo que tenía y más, pero a cambio sólamente he recibido incomprensión, brutales palizas, desprecio y la más absoluta y dolorosa ignorancia. El amor y la amistad son dos caminos vedados para mí, y mis estrábicos ojos se inundan de lágrimas cada vez que pienso que me iré sin haber conocido a una sola persona con la que compartir todo lo que llevo dentro de mi ser. Sí. Jacinta no es la elegida. Estaba frustrado por no haber podido viajar a Australia para abrazar a un koala. Cansado de coger taxis llorando y decirle al taxista "a la luna" , hastiado de mi vida, atormentado por el espantapájaros del playmobil, harto de darme de bruces una y otra vez con una realidad que ya no me gustaba; ya no me quedaban ganas de seguir. Extenuado de vivir con miedo de que me quitaran lo bailao. Cada día me costaba más mantener la figura, y mi desfigurado rostro lejos de conservar la tersura de los veinte años, no cesaba de arrugarse en un intento por amargarme la existencia. Me sentía solo y aburrido de la vida absurda y vacía que llevaba. Sólo necesitaba un plan, un guión que seguir. Me senté en el mugriento sofá y repasé en mi perturbada cabeza todas aquellas pequeñas cosas que no podía olvidar. Cuando quise darme cuenta, la lista superaba lo que mi mente era capaz de memorizar. Ya era demasiado tarde para la autocompasión, no podía abandonar este mundo con mi corazón cargado de rencor y frustración. Tomé un blog, un bolígrafo y empecé a anotar, con mis habituales temblores en la mano, posibles formas de suicidio.
Había probado cortarme las venas de mi liliputiense pene, me gustaba ese agradable placer de sentir la cuchilla rozando mi pellejo fálico, pero no lo conseguí; el dolor y la angustia no me dejaron continuar con el procedimiento. Conseguí ver la sangre salir por mi diminuto falo pero se coaguló rápidamente. Lo había intentando con una ingesta masiva de un cóctel de 37 paracetamoles con media docena de Diazepán; sólo se durmió la mitad de mi cuerpo y el colocón fue tan sumamente placentero que en lugar de morir, conseguí una adicción extremaIntenté acompañar una delicada velada con monóxido de carbono, la muerte dulce, y con una bolsa en la cabeza para poco a poco quedarme sin aire, escuchando música de Bertín Osborne, con menesteroso éxito. Había tratado de dignificar mi suicidio haciendo una cata de suavizantes, pero también fracasé en el intento. Había probado colgarme de una horca casera, pero mi cuerpo, con menos cuello que una magdalena, apenas notó el dolor. Tampoco lo hubiera logrado, no recordaba como hacer el nudo. Intenté contratar a un sicario para que me agujereara como a un queso gruyere, pero no encontré esbirro capaz de perpetrar el acto mirándome a mi repugnante rostro.
Tras los anteriores fracasos, mi cerebro empezó a tejer un perfecto plan para inmolarme. Quería hacerlo ante un espejo, por el goce de contemplar el macabro acto. No podía ser tan difícil quitarse la vida. En un momento de lucidez, hallé la brillante fórmula: la autoelectrocución; rápida, indolora, eficaz y tremendamente varonil. Fabriqué un enchufe casero con las dimensiones de mis dedos de pocero y procedí a introducir el artilugio artesanal en la toma de corriente. La descarga eléctrica fue brutal. Sentí que la parte superior de mi cuerpo se elevaba y mis piernas se desdoblaron rodando de costado. Pero erré de nuevo. Mi brillante método fue estéril. Sólo conseguí un inesperada erección de mi pene e incontinencia miccionaria.







martes, 10 de enero de 2012

CONSULTORIO DÖCTOR PREPUZIO XIII

Dark Side. Maestro: ¿onanista práctica es mas tenida a bien efectuarla con diestra extremidad o más conforme con zurdo apéndice?

Apreciado Dark Side,
La masturbación ó práctica onanista, es uno de los tabúes más acendrados en nuestra cultura y uno de los actos más enjundiosos y soberbios en la vida de todo varón. Es un ejercicio portentoso, soberbio, fascinante, excepcional, deleitoso, placentero, confortable, es la máxima expresión del amor propio. La retrógrada comunidad eclesiástica ha ido relacionando esta prácticas con ciertos mitos ; como te vas a quedar ciego, te saldrán pelos en las manos, se te caerá el pelo, o que enfermarás con la parálisis, la tuberculosis, y acné. Te aseguro que si estas leyendas urbanas fueran ciertas estaría en una caseta de la ONCE, huérfano de dientes, rostro tal paella valenciana y  guantes en las manos.
La palabra, según mis  disquisiciones, proviene del vocablo latino manus stuprare, cuyo significado literal es “cometer estupro contra uno mismo utilizando las manos”. Si tenemos presente que el término estupro conlleva una acción vergonzosa o infamante, queda a la vista la censura que este vicio solitario lleva implícito. En cualquier caso, salvo en el caso de un mutilado o un manco, es indiferente utilizar la diestra o la zurda mientras sus 5 adorables deditos sean utilizados con furor e impetuosidad mientras con la otra se masajea el escroto. Tenemos que  aprender a convivir con este pequeño (o grande si eres de Angola) músculo y aplacarle cual dios maya con ciertos sacrificios manuales.


Juan Miguel Sanz Nande  Esta pregunta nunca me la ha respondido nadie; tengo un colega que siempre me pregunta y no encuentra respuesta: a ver si usted me la puede dar, es la siguiente: no ha ligado cn ninguna chica, q puede hacer para conquistarlas y q le hagan caso?. muchas gracias.

Apreciado Juan Miguel,
Columbro que el problema de tu supuesto amigo te afecta a ti. Es la redundante y pueril maniobra para pedir consejo. Acércate a un cajero automático. Retira 150 €. Conduce hasta el burdel o casa de lenocinios que más te apetezca. Escoge a la cortesana que más te agrade. Habla con ella. No te cortes. Emplea cierto misterio. Aparenta ser moderadamente romántico, pero nunca estúpidamente apasionado. Frunce el ceño mientras te enciendes un buen cigarrillo. Eructa sin complejos. El porte gallardo es admirado por una mujer. Hazle reír. Ríete de ti mismo. Escruta sin contemplaciones las fosas nasales de tu nariz. Utiliza de tentempié el souvenir que obtengas de dicha maniobra. Mírala a lo ojos. Da credibilidad a la otra persona. Coquetea con los ojos y el tono de voz . Cántale una canción de Joselito. Ofrécele fuego tensando los bíceps y finalmente enséñale el billete de 100 € . Es un método infalible con un porcentaje de éxito del 99,9 %.

Fernan Pedro عزيزي الدكتور القلفة كنت اعتقد انني  لكن كنت لا تزال أكثر من ذلك ، الذي حاول في عسير لعبة الكلمات بأفعاله؟ يا له من عار لديك لم تنجح.
مكتب غالبا ما يكون موقع أين لحل المشاكل وليس الرجل الذي يحصل على اسم من القضيب والتظاهر ليكون الطبيب الذي يعتقد أنه يعرف شيئا آخر والسؤال إذا كنت تعرف كلا من نجاح باهر لذلك؟ وآمل أن تتعلم للرد على أسئلة من دون إجابات الهراء أو تأخير / لأسفل


Apreciado Fernan

Interesente y versada es tu consulta. Yo te responderé en vietnamita, cabrón.

Tng thng, hun luyn viên và cu th "" ca lò than hồng vuông. Cu th bóng đá tm thường, đau kh, thm khc, không may, thương tâm, không may và có ý nghĩa. Nghin mi dâm. là rác thi, phân bóng đá. Xem anh ta chơi là mt cuc tn công vào bóng đá. Ông là mt asshole như vương min ca mt cây thông. Nó xu xí, rt xu xí. Khuôn mt anh trông ging như mt sai lm S khác bit duy nht gia cóc và ông là màu ca da. Dog Ông đã tri qua mt thuật coi vẹ̉t chu khó ngâm đ gim nh ni đau đn và sc gây ra bi khuôn mt đáng xu h ca h. Great người. Tình trng cu th bóng đá. Trong cơ th, nó uglier đáng k.







viernes, 6 de enero de 2012

EL ATRACO FRUSTRADO

Tras los tocamientos, logré sumirme en un sueño profundo y muy necesario creyendo que podía tener la suerte de no soñar nada y despertar sabiendo que todo era producto de mi imaginación. La pesadilla erótica con un velociraptor sólo era una fantasía de mi perturbada mente. Me esperaba una jornada muy dura. Me aguardaba el gran día, la fecha que tenía marcada en mi calendario de Dora la Exploradora como el fin de mi desdichada vida. El día en el que perpetraría el atraco soñado. Junto a mi querida Jacinta, habíamos estado preparando durante tres meses el golpe. Un atraco minuciosamente planificado: planos del objetivo, rutas de escape, pasaportes falsificados y 2 billetes de avión destino Tailandia. No podía exponerme a otro asalto fallido como el que me costó 2 años de reclusión en la cárcel de Carabanchel. En aquella ocasión fui detenido tras intentar atracar una conocida joyería mediante la técnica del “alunizaje”. Quise reventar el escaparate de la joyería estampándome repetidas veces a lomos de un triciclo. La batalla la ganó la cristalera del comercio y acabé tendido en el suelo tras perder el conocimiento. Tuve que ser ingresado en el hospital afectado de contusión craneal severa ya que no usé el casco para perpetrar el hurto. Tras 2 meses de convalecencia, ingresé en prisión. Pero en esta ocasión, pese a no ser demasiado inteligente, había cuidado hasta el último detalle: guantes de látex, indumentaria militar, vehículo para pasar desapercibido, matrículas falsas. A las 8 de la mañana, sonó el despertador como un martillazo de caracolas rotas en la cabeza. De mal humor decidí levantarme de la cama. Aquella cama que le unía al mundo de las pesadillas y los recuerdos. La conciencia seguía hostigándome, pero la necesidad se impuso y el temor a llegar tarde fue más grande que mi pereza. Mi rostro era peor que el de un chino asesinado a pellizcos. Había llegado el Gran Día. Reuniendo toda mi voluntad, aparté la manta con desgana y me levanté tambaleante, con los ojos semiabiertos. Salí al largo pasillo salpicado por vómitos y regurgitaciones y abrí  la puerta del lavabo. Entré con paso cansado, arrastrando mis pies deformes, y me asusté al ver mi patético rostro reflejado en el viejo espejo. No me gustó lo que vi. Un rostro que  ampliaba el significado de la palabra crueldad,  dotado  de horribles y espantosas facciones.- ¿Cómo puedo ser tan feo?- me pregunté alicaído. Me duché con el agua en estado de ebullición,  me  acaricié el pecho, los muslos, y  tras una mirada socarrona,  dejé caer mi mano sobre mis genitales  y empecé a masajearlos sin piedad. Tras  secarme, me vestí con uniforme de militar y salí del baño. Me preparé un vaso de brebaje  a base de orín de conejo y heces de jabalí, pócima muy utilizada por los indios Javaloyas, para tranquilizarme. Detrás de la inexplicable acumulación de tupers sin tapa y tapas sin tuper, descubrí un trozo de pizza fría, el desayuno de los campeones. La engullí de un bocado. Estaba  más nervioso que el monitor de natación de los gremlins. Eran las 9 de la mañana cuando recibí una llamada en mi Walkie Talkie de pantalla frontal monocromática:- “Charlie Bravo, Charlie Bravo ¿ me recibes?”- .Cogí el transmisor:- “ Aquí no hay ningún Charlie, se equivoca... ”- contesté. -“ Gilipollas!! Soy yo, Jacinta, estoy hablando en clave, imbécil”- respondió ella  desde el otro lado del radiotransmisor.- ” Ha llegado la hora. El pájaro te está esperando en la calle”-. -“ ¿ Qué pájaro?- pregunté con curiosidad. -“ Te estoy esperando en el puto coche delante de tu portal, subnormal!”- replicó Jacinta  visiblemente irritada.-“Date prisa.”- .Salí de mi apartamento con una mochila. La puerta del ascensor se abrió con un chirrido y entré con paso vacilante. Respiré profundamente tratando de controlar los jadeos que me dominaban.  Odiaba darme cuenta de que estaba respirando y tenía que respirar pensando. Estaba nervioso. Cerré los ojos y vi moléculas. 
Jacinta me esperaba en un coche discreto, de camuflaje: un flamante Seat 127 de color fucsia con techo blanco, doble puerta trasera, faros cuadrados, lunas tintadas, alerón y refuerzos en los parachoques y laterales de tubos cromados. Hábilmente habíamos falsificado la matrícula del vehículo. JI-9874-XD era la referencia de la placa. Queríamos pasar inadvertidos con un auto de la provincia de Gijón. Me subí al asiento del copiloto. Jacinta inició la marcha. Apenas 7 minutos nos separaban del objetivo. Me  fumé un cigarrillo en silencio, rápidamente, con avidez, dando grandes e intensas caladas mientras repasaba mentalmente, por enésima vez, los detalles del atraco. Me sudaban las manos, los pies, el escroto. Una X en el mapa que estaba verificando , indicaba el lugar dónde aparcar el coche para una rápida huida de emergencia. Había llegado el momento que tanto habíamos anhelado, el atraco que cambiaría nuestras vidas. Un golpe de grandes dimensiones. Jacinta  paró su coche en la transcurrida avenida comercial. Teníamos delante el objetivo que íbamos a atracar: una tienda de golosinas. Salí  del coche y noté como mis sucias  axilas se empezaban a empapar de sudor. Mi patética faz palideció, mientras mis facciones se desfiguraban; las fuerzas me fallaron y cada paso era una tortura. Intentaba hacer pasar mi apariencia por normal, pero daba un cantazo de la hostia. Vestía un mono negro militar y guantes de látex. Me cubrí la cabeza con una bolsa del Eroski. Entré en el comercio de chucherías. Varias ancianas compraban frutos secos, conguitos y sugus. -”¡¡Todo el mundo al suelo, esto es un atraco!!” - grité mientras disparaba un tiro al techo. La bala impactó con suma violencia en la lámpara del local desprendiéndose de la bóveda y cayéndome en mi cabeza. Las clientas sobresaltadas se echaron de inmediato al suelo. Mis ojos apenas se podían adivinar detrás de la bolsa que me había colocado tapándome la cara hasta la barbilla. Con un gesto brusco y violento cogí a la viejecita que tenía a mi izquierda y apuntándole la cabeza con la pistola, chillé: -“El dinero y una bolista de quicos o le vuelo la tapa de los sesos a este vejestorio!!!”-. Acto seguido lancé una bolsa grande de nylon a la cajera. Ésta, con manos temblorosas, la llenó con los billetes. No habría más de 25 €. Un fastuoso botín. Empecé a sentir una fuerte sensación a asfixia. Mi respiración se volvió entrecortada y el corazón me latía aceleradamente. Intentaba respirar y se me pegaba la bolsa en la cara. Me vi obligado a quitármela para poder respirar dejando al desnudo mi espantosa cara. Un rostro de abyecta asquerosidad. Unos rasgos repugnantes que incitaban al vómito y provocaban náuseas. Un aspecto paradigma infernal de lo deforme, de la grima. Unas facciones desvergonzadamente patéticas, inmundas, como las de un sapo con paperas. Una fisonomía abominable, fermentada, indescriptible. Mi cabeza era más grande de lo regular, feísima, poblada por un cabello podrido donde anidaban parásitos, insectos y comadrejas. Mis ojos, que lagrimaban mucosidad, miraban el uno al otro, porque bizcaban horriblemente. Un silencio sepulcral precedió a un murmuro de perplejidad y desconcierto al ver mi rostro pútrido, adefésico. Una carcajada, rápidamente reprimida, se escapó de las fauces de una de las ancianas, mientras dirigía una fugaz y divertida mirada de aprobación a otra de las abuelitas secuestradas, al tiempo que sentenciaba en voz baja: -” Es verdad, tiene cara de rata”-. El resto de las secuestradas estaban paralizadas, en un rictus de espanto, de horror. Me miraban con mezcla de asco, de repulsión, de lástima, de compasión. Desde el fondo de la tienda una voz gritó algo ininteligible. El gitano que regentaba el comercio, empezó a tirarme ositos de goma para verlos rebotar en mi cabeza sucia y enorme. -“Licántropo!!”- chilló una de las ancianas, arrancando las risas de los secuestrados.- ” Monstruo deforme!!!”- vociferó la cajera. -“Urraca leprosa”- gritaba otra de las clientas mientras me lanzaba cacahuetes. Risas, alborozos y carcajadas burlescas rezumaban por toda la tienda. Mis ojos tristes rodaron buscando quién me insultaba, pero sólo vi un destello, una estrella plateada en mi sien: una lata de Coca-Cola había volado hasta mi cabeza. Enseguida volaron más y más latas de refrescos hasta que una de ellas impactó brutalmente contra mi cráneo consiguiendo derribarme. Me  llevé una mano a mi frente de rata y sentí cómo se humedecía; la retiré y vi sangre. Una de la viejecitas, apoyadas en su bastón, estrelló su puño contra mi cara cual piedra de catapulta contra una muralla, teniendo un demoledor resultado. Caí inconsciente al suelo y los rehenes empezaron a apalearme como a un perro sarnoso. Me zurraban sin compasión, pateándome salvajemente el paladar, zapateándome los testículos y golpeándome brutalmente la cabeza. Me desperté en la cama del hospital custodiado por dos policías y acompañado de tres de las ancianas secuestradas que me alimentaban con cacahuetes y congitos.


martes, 3 de enero de 2012

EL ACCIDENTE DE COCHE

Me levanté cabreado con la vida. Todo un mundo de remordimientos taladraba mi perturbada mente. Y a decir verdad, esta actitud empezaba a perpetrase, y eso me preocupaba. No importaba lo que hiciera durante el día, ya fuera divertirme o aburrirme o conversar con ese limón medio reseco que custodiaba mi nevera. Todo eso daba lo mismo, mi autoestima no variaba en absoluto. Los errores estaban aprendiendo de mí. Tenía la sensación de que la vida no estaba hecha para mí, que mi futuro era tan negro que hasta rapeaba. Desde que empecé a comer mazapanes y hacer deporte me había convertido en un ser más agresivo. Necesitaba descargar belicosidad al tirar vidrio en el contenedor. Sentía un cosquilleo siniestro al mirar mis numerosas y horribles faltas de ortografía. Era un proveedor de lo rancio, de la repulsión, de la enajenación. Me miré al espejo y de nuevo, la rabia se apoderó de mí. Me sentí como uno de esos seres que jamás deberían despertar. Ignoraba porqué hacían experimentos con ratas, existiendo seres como yo. Una apariencia inexpresiva, nauseabunda, homenaje al caos y a la venganza. Trozos de piel putrefactas se balanceaban desde mi cara y una sonrisa maligna se formaban con los pedazos de labios que aún me quedaban. Había algo de prehistórico en mis rasgos. Unos rasgos faciales que perfilaban un perfecto retrato de un hombre de Cromagnon con severas disfunciones intelectuales. Mis estrábicos ojos eran saltones y tenían un tono amarillento que resaltaban en mi cara deforme, estucada de pústulas y venitas rotas, y ese dantesco blanco enfermizo de mi piel. Feo, repugnante, mugriento. Pude observar como mi entrecejo era capaz de absorber el impacto de una bala. Estaba cabreado, enojado, tremendamente indignado. Quería cagarme en la cabeza de una paloma, chupar con frenesí la barra del metro, ir por la calle y regalar pelucas a los calvos, desmontar el limpiaparabrisas de mi coche para que no me pudieran poner multas. Deseaba apalear a Lady Gaga, aporrear a la patinadora del Carrefour, batirme a duelo de espadas con un testigo de Jehová. Quería hipnotizar a Leticia Sabater usando dos péndulos. Intenté encenderme un cigarrillo, pero apenas pude sostenerlo entre mis agrietados labios. El cigarrillo me cayó dos veces y la llama del encendedor me quemó mi grotesca nariz. Me enfundé un uniforme de buzo y subí al coche, dispuesto a conducir hasta el trabajo marcha atrás. Así lo hice. El embotellamiento no era culpa mía. Respondí a todas las provocaciones con insultos en hebreo alargando las sílabas. Me empotré brutalmente contra una tienda de bisutería.
Tuvieron que operarme a vida o muerte. El cirujano, cuya voz semejábase a la de un individuo en la consulta del dentista con la boca dormida, una voz similar a la de Rajoy, con los dientes podridos y rostro de hiena, me informó que la catástrofe era tal, que todos los órganos y demás vísceras internas estaban afectadas y que no sabía qué podría hacer para salvarme la vida. Al ser la otra opción la defunción, el decrépito doctor y yo coincidimos que lo mejor era menearlo todo y ver qué pasaba. No había otra erección. El facultativo cogió el bisturí, e inició la intervención quirúrgica. El muy cabrón me puso los riñones en el lugar de los pulmones. Lamentablemente perdí mucha capacidad respiratoria, y el aliento y recutos me olían a orín putrefacto, como los del baño de un bar rancio y castizo. Hábilmente lo solucioné con enjuagues periódicos de Pato wc. Me producía enojo e irritación al salir a borbotones la espuma por las comisuras de mis agrietados labios, y eso, unido al jadear constante, parecía que acojonaba a la gente. El dilema no me dejaba opción: o halitosis urinaria o babilla jabonosa con olor a pino. Mis carcomidos pulmones pasaron a ocupar el sitio de mis genitales. Así, cada erección se convertía en una disyuntiva. En lugar de sangre, bombeaba aire con la misma frecuencia que al respirar y, entonces, el fornicio se erigía en un espectáculo de hinchado-deshinchado digno de un espectáculo circense. Un circo dantesco y lúgubre. El clímax llegaba en forma de tos, así que descarté la procreación al menos mientras durara ese cambio orgánico novedoso y atroz al mismo tiempo. Las extremidades fueron una odisea aparte. Pasé a tener las manos donde antes moraban mis gigantescas orejas. Para mí ya no existía la magnitud de volumen agudo o grave, sino rugoso, suave, duro o blando. Era un sonido táctil. El ridículo espantoso llegaba cuando quería aplaudir y me autoflagelaba abofeteándome mis fornidas mejillas. A pesar del manirroto del cabrón del matasanos, probablemente veterinario en algún otro país africano, más o menos pude adaptarme a esta nueva composición hasta que decidí salir un día de marcha. En mala hora, claro. El fracaso fue tal que ninguna mujer fue capaz de mirarme y es que en las cuencas de los ojos descansaban ahora mis dos testículos, escroto y pelos cual varas de mimbre incluidos. Esto me daba un perfil harto interesante al tener unas pestañas larguísimas  que ya quisieran las busconas holiwudienses. Aún así, todas las féminas con las que me crucé me tacharon de salido, no pudieron soportar la mirada cojonciana que las intentaba seducir. Si supieran dónde tengo el único ojo que me quedó después del accidente…





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