viernes, 25 de noviembre de 2011

JORNADA DE SENDERISMO

Saturnino  fue el primero en llegar al aeropuerto. Apareció con su cara de palurdo deficiente, tocando cuatro notas tistes con su armónica infestada de purulenta saliva. Le acompañaba su perro sarnoso que ladraba mientras daba vueltas persiguiendo su cola. Vestía camisa de boda, salpicada con restos de aceite apestoso y líquido seminal, sombrero a lo John Wayne, bermudas al más puro estilo guiri, chirucas, calcetines de lana por las rodillas y sostenía en el cuello un pañuelo tricolor.  Con la vista al frente, piernas separadas y brazos cruzados en la espalda, aguardó pacientemente la llegada del resto de excursionistas. Se creía un auténtico monitor de Boy Scouts. Sus ojos, ictericiosos, de acusado color rojizo por haberse masturbado todo el día, con los párpados repletos de pus, expresaban emoción incontenible y orgullo por la estúpida iniciativa que acababa de poner en marcha. Nos había invitado a una jornada de senderismo por los Alpes Suizos para conocer el Tausendjährige Tanne, el abeto milenario de las tierras helvéticas. La segundo en llegar fue mi hermana Hurraca. Equipada con un impecable traje beige, cazamariposas para atrapar insectos, y binoculares de ornitólogo para estudiar las aves silvestres, bebía pequeños sorbos de agua de su cantimplora. Estaba visiblemente nerviosa. Sería el primer fin de semana que dormiría fuera de casa y eso la incomodaba. Mi suegra, Anacleta, llegó justo tras mi hermana. La muy idiota calzaba botas militares y pantalón bélico verde. Pese a las adversas condiciones climatológicas, lucía el torso desnudo y una cinta negra se amarraba a su sucio cráneo para evitar que su diminuto cerebro se moviera por el movimiento. La pobre desgraciada, se creía el mismísimo Rambo, e incluso imitaba torcimiento de su labio inferior provocado por el grito salvaje ante la descarga brutal de munición. 
La sala de embarque no tenía nada de tétrico. Una moqueta, color gris perla, cubría enteramente el suelo. De las paredes, de un blanco indescriptible, colgaban grabados más o menos abstractos. En el techo, una gama de colores bastante acertada conformaba un conjunto atractivo a los ojos. Había alrededor de cien tumbonas dispuestas en perfectas filas de a diez. Tras una breve demora por tareas de mantenimiento, en la que los mecánicos arreglaron la hidráulica del avión con cinta aislante, subimos la aeronave que nos transportaría a los Alpes suizos.
Volábamos con Ryanair y aquello parecía un mercadillo. El viaje en avión fue bastante rápido, con las azafatas vendiendo romero y cebollas, pero el vuelo se me hizo un poco pesado por el resto pasajeros. Los típicos chavales, muchos de ellos con una dosis de alcohol de más, con ganas de fiesta. Llegamos a nuestro destino, adelantándome a todos, y dando el primer aplauso en la típica y absurda ovación que se rinde al comandante del avión tras el aterrizaje.
Un helicóptero a pie de pista nos aguardaba para trasladarnos al monte de la Jungfraujoch. Cuando llegamos, las carpas que instalamos en el campo base fueron azotadas por un feroz viento que duró toda la noche. La temperatura había bajado hasta -30º. Hacía un frío de tres pares de cojones. Encendimos una hoguera y cocinamos los víveres. Charlamos animosamente, cantando y bailando ridículas melodías. Comíamos cochinillo asado para la ocasión, y bebíamos grandes sorbos de vodka y tequila para combatir el frío. Brindábamos con nuestras  petacas a la luz de unos candiles de queroseno mientras oteábamos la oscuridad que nos rodeaba preguntándonos si desde la espesura nos contemplaban otros ojos. Anacleta  presentaba claros signos de hipotermia, con el pulso bajo y los labios morados. Ahora ya no se creía Rambo. Saturnino, mientras practicaba felaciones a su botellín de cerveza, explicaba con suma implicación sus experiencias militares como soldado de la Legión, en misiones secretas en la selva panameña, técnicas de supervivencia y un sinfín de historias fantasiosas. Para dar credibilidad a sus narraciones, empezó a vocear gorgoteos y extraños sonidos guturales:- “ Uhuuuuaa graag”, “Uhuuuuaa graag”, “Uhuuuuaa graag”-. Pobre retrasado. Creía comunicarse con las ardillas. Tras engullir el manjar, nos acostamos.
La tropa se despertó cuando el sol ya estaba decididamente posicionado en el cielo, acariciando los blancos y las rocas. Fui el último en salir de la carpa. Aunque pasé la noche con los pies helados por que se habían humedecido mis medias, dormí como un bebé.
El día se presentaba espectacular para tener un muy buen descenso. Desarmar  las carpas resultó ser nada fácil; el frío y el viento complicaban el despojo de nuestras tiendas y afectaron el humor de mis suegros. El guía que se había contratado, decidió llamar por radio a un porteador para que bajara nuestro equipo más pesado. Para cuando éste llegó a nuestro encuentro ya teníamos nuestras mochilas listas. Eran las 12:00 hs cuando emprendimos el descenso para descubrir el jodido abeto milenario. El panorama era complicado; un descenso difícil con el suelo húmedo, y casi imposible, caminando sobre la gruesa capa de nieve que cubría la piel de la montaña. Los pies nos resbalaban en todo momento y era muy arduo descender. Cada paso hacia adelante exigía un esfuerzo heroico. Saturnino guiaba lentamente a Anacleta, evitando que cayese en el abismo de su vértigo. 
Mi rostro pálido empezó a sudar como un cerdo apestoso. Tenía hinchado el colon que me pedía a gritos evacuar misiles por el esfínter. Me encendí un cigarrillo, me bajé los pantalones y me  puso en cuclillas entre los matorrales. Me balanceaba de un lado a otro, apretando con fuerza el punto caliente del vientre. Tenía los ojos rasgados y vidriosos de tanto constreñir los intestinos. Chillaba como un perro al que están apaleando brutalmente, gritando como si tuviera que cagar por el culo afilados cristales. Después de un esfuerzo enorme logré expulsar un excremento  sanbernardiano. Había cagado en un arbusto de hiedra venenosa. El contacto de mi culo y genitales con el arbusto tóxico me ocasionó salpullidos, erupciones cutáneas y una extraña reacción alérgica que erectó mi pene de forma perpetua. Parecía que tenía el falo de yeso. Los cóndores  pararon en mi pene a descansar. 
Seguimos descendiendo entre aquellas dunas de nieve. Cada paso era un calvario, un suplicio. Los ojos se me llenaron de lágrimas por el martirio que estaba padeciendo. Pero, sabiendo que no había alternativa, me mordí el dolor en silencio y seguí andando. El frío, el cansancio, el hambre, el dolor, el miedo, la angustia... Toda el descenso era un infierno. 
De pronto un aullido frío, duro, salvaje, surcó el viento, como un cuchillo, cortando nuestra sangre helada. Era un oso. Una enorme figura oscura apareció entre los arbustos. Se trataba de un gigantesco oso de color marrón de 400 kg. Su aspecto era feroz y amenazante. El plantígrado berreaba unos rugidos atronadores. Parecía herido. Levantado sobre sus patas traseras, ladeaba la cabeza. Los berridos hicieron vibrar todos nuestros  huesos. Se acercó a Anacleta. El oso, babeando, abrió sus fauces y rugió con tal fuerza que mi suegra pudo ver el fino velo de su paladar. No estaba herido. Estaba en celo. El salvaje mamífero la embistió por detrás, perforándole brutalmente el culo. El mimoso osito rosnaba, mostrando sus afilados dientes y espuma salival en su hocico. La nieve se esparcía bajo las arremetidas del libidinoso y excitado plantígrado. Anacleta chillaba aterrada por el dolor que le afligían 90 centímetros de falo  animal. Recibía despiadados zarpazos en la cabeza. Fueron diez minutos de dolorosa pesadilla. Los gritos del claro enmudecieron. Con paso torpe y cansino, el oso se retiró adentrándose en la tupida masa arbórea.
Volvimos de nuevo a progresar sobre nieve, muy húmeda, tanto que me hundía hasta la cintura con demasiada frecuencia. Íbamos buscando rocas, saltando de isla en isla siempre que podíamos. De repente, se levantó viento y se desató una nevasca tal que no pudimos ver nada. En un minuto, el camino quedó cubierto de nieve, el paisaje desapareció en una oscuridad turbia y amarillenta a través de la que volaban los blancos copos de nieve; el cielo se fundió con la tierra. Pasaron diez minutos y el bosque seguía sin aparecer. Marchábamos, exhaustos  y a pesar de que a cada momento nos  hundíamos en la nieve, estábamos bañados en sudor.  Inesperadamente el temporal se calmó y las nubes se alejaron. Ante nosotros se extendía una llanura cubierta de una alfombra blanca y ondulada. Y a lo lejos, lo divisamos. Lo habíamos conseguido. El imponente Tausendjährige Tanne ante nuestros ojos.




martes, 22 de noviembre de 2011

LA FRUTERA DEL BARRIO

Había soñado con sustituir mi fláccido y diminuto  pene por un majestuoso falo hidráulico de oro macizo, incrustado de pedrería barroca. Me desperté compungido, consciente que sólo había sido un dulce y utópico sueño. El pabilo encendido bailoteaba en los restos de sebo líquido. La vela se había agotado en el candelero. Su llama agonizante, apenas proyectaba un fantasmal hilillo de luz que caía sobre mí. Me dolía el cuello otra vez. Mierda de cuerpo, todo el rato igual, cuando no era el cuello era la muñeca, el escroto, o la espalda entera. Miserable organismo defectuoso. Me sentía un cautivo, al cabo del día, cada vez que iba al baño, cada vez que debía comer o irme a dormir. Quería aliviar mi soledad con un melón calentado al microondas, pero al abrir la nevera sólo encontré ese medio limón reseco que la custodiaba.
Una frutera repugnante de generosas carnes, vive en mi barrio, propietaria de una pequeña botica de fruta en que ofrece a la clientela una jugosa y vitamínica oferta. Pese a que se llama Mercedes, la apodan foca por dos razones, por gorda sebosa y por el bigote; barba de tres días, un bozo a lo Pantoja y michelines de dos décadas. Es una fanática del chocolate y del pan con cualquier cosa. El hedor que emanaba la verdulera era insoportable, como un sabor que recuerda el vinagre. De su boca asomaban repugnantes gusanos retorciéndose entres fluidos viscosos. Bebía gaseosas azucaradas si no encontraba Coca-Cola; -“el agua no me gusta" - decía convencida. Pese a regentar un comercio de verduras, odiaba las frutas y vegetales y mataba por el pollo del McDonald's. Buscaba pretextos absurdos para no alimentarse bien. Su decrépito rostro colonizado de lunares  como las pipas de la sandía, era aterrador y espeluznante. Pero tenía su punto: era todo un carácter. Me recordaba mucho a un sargento que tuve cuando hice la mili en Melilla. Cada vez que nos cruzabamos, ella me  sonreía. Una sonrisa que aceleraba mis ansias de vómito y me ponía del todo nervioso. No podía soportar aquella mirada, ojos verdes e ictericiosos que me escrutaban a través de los cristales de sus grotescas gafas de concha. Ella me deseaba ardientemente. Una vez intenté aguantarle la mirada, me presté al juego, quise vencer en aquel torneo vidrioso. Sacó su sucia lengua, tal bistec a medio rebozar, y chupeteó un helado imaginario. Me fulminó. Me quemó. Perdí y me derrumbé derrotado. Desde entonces intenté esquivarla. Solo la miraba un instante, corto, fugaz, pero suficiente para preguntarme como la caprichosa naturaleza podía haber concebido una alimaña como aquella. Ella, sudorosa, con gran dificultad de movimiento, con el colesterol a punto de dejarla fulminada, sacaba sus bolsas cada noche llenas de fruta manoseada y la lanzaba atrozmente al contenedor descargando toda su ira.   
Decidí salir de mi guarida, debía abastecer de frutas mi lúgubre despensa. Me puse el abrigo encima del pijama para salir a la calle. Hacía un día espléndido. Un sábado maravilloso. La radiante luz de un sol de otoño ambientaba la ciudad; las dos laderas del rió estaban rebosantes de bares y terrazas, todo el mundo estaba en la calle disfrutando de la jornada; Señoras que habían sacado una silla a la calle y habían montado su propio Sálvame Deluxe; un cabrón iba regalando pelucas a los calvos, mientras un decrépito demente  señalaba  a alguien aleatorio y gritaba:-¡ES EL ELEGIDO.!!-.
Llegué a la frutería que estaba  en pleno jolgorio. Me extrañó la abundancia de personajes grotescos en aquel comercio. Un jubilado pidiendo dos sandías y tres avances. Señoras que toqueteban la fruta y no se ponían guantes. Pijas idiotas que se divertían poniéndose  las pegatinas de las verduras en la frente.
Y allí estaba la frutera. Peinaba media melena con tonos canosos, labios agrietados y gastados rematando una boca rodeada de vello y ojos saltones robados a un olivo andaluz. Que fea era la cabrona. Custodiaba el género exclusivo, champiñones, setas, condimentos y las peras. Comía perejil como si no hubiera mañana.
Pasé por las secciones de tubérculos, legumbres y hortalizas hasta que llegue al escaparate de los melones. Tomé uno , elegí media docena de plátanos y me acerqué a la caja. Miré las piernas peludas, robustas y enraizadas en zuecos de aquella criatura, ascendí hasta contemplar aquella cara de sapo, redonda, con bigote negro y ojos saltones. Medio hablé medio tartamudeé a la vez que escapaba de la mirada imprudente de frutera. Ella me miró. Me había reconocido. Parecía que se guiaba más por el tacto que por la vista. Cada fruta era acariciada con el exterior de los dedos, igual que se comprueba la temperatura en una persona. Sacudió la bolsa de papel y metió el melón en la bolsa. Después cogió uno de los plátanos y empezó a lamerlo con devoción, con fervor, sin piedad. Me escrutaba con una mirada cómplice. 
-"A mí me gustan los hombres" -le dije, mientras ella abría los ojos asombrada y esperaba con más miedo que impaciencia a que acabase mi desatinada frase. Y yo, encaminado en la vorágine de la estupidez extendía los brazos e inflaba los cachetes y concluía- “... no me gustan las mujeres"-. No recuerdo el contexto en que se lo dije. Lo que sí recuerdo es que huí a todo velocidad de la jodida frutería.




viernes, 18 de noviembre de 2011

LA LITURGIA DEL CAGAR

Muchas veces he escuchado que "de los placeres sin pecar... el más rico es cagar", y ¿ no  es cierto?.  A muchos les parecerá escatológico hablar del acto defecatorio, pensarán en que es indecente y soez, pero es absolutamente necesario.
Ciertamente, todos excretamos, unos más que otros, pero finalmente todos usamos ese dantesco orificio de salida que tiene nuestro cuerpo. Si para eso fue concebido, para que salga ese material pardo (azafranado si estás infeccioso). No importa el grado de fealdad, la posición económica, la raza, sexo o edad, todos, absolutamente todos deponemos. Todos somos hermanos en el cagar. De hecho, me atrevo a ratificar que sólo hay otra función corporal que unifica a la humanidad entera: respirar. Lo decía José Coronado cuando nos vendía el yogur Activia, y también Paz Padilla, cuando nos exhortaba a comprar Panrico con fibra. Con toda la fibra y el bífidus que toman estos dos, debían evacuar estupendamente.
Y es que hasta las Galletas Fontaneda, con su exquisita banda sonora, nos venden su fibra como la octava maravilla del mundo
Y además, todos compiten entre sí a ver quién evacua más y más rápido. El compromiso Activia, el desafío Allbran, y hasta el objetivo firmeza del Fitness de Nestlé. Productos con anuncios llenos de modelos, así como famosos de diversa índole, todos compitiendo a ver quién es más cagador. Ir al baño es para muchos, además de una necesidad fisiológica, un auténtico placer. Sexólogos afirman que el punto G del hombre se encuentra en el recto, a unos cinco centímetros del esfínter, justamente por donde pasa la materia fecal antes de conocer la luz. De su consistencia dependerá el grado de presión que ejercerá sobre la próstata. Esta presión es la que provoca el placer que ha llevado a muchos hombres a improvisar con frutas, utensilios moldeables e incluso bates de bésibol con tal de repetir la experiencia que la sabia naturaleza proporciona pero sólo a razón de, con suerte, una vez por día. Para algunos, el placer no es necesariamente físico. Hay gente que invierte entre 40 y 50 minutos en cada sesión evacuatoria, por lo que diversas actividades se realizan paralelamente para aprovechar ese tiempo que de otra manera estaría desaprovechado. Unos optan por leer un libro (incluso hay personas que han leído las obras completas de Nietzsche en tan sólo un par de semanas), otros prefieren ver videos porno en sus móviles, otros eligen tejerse un espantoso jersey de lana para el invierno y otros menos aprenden portugués leyendo los botes de champú.
Se supone que este acto debería tener una duración de entre 2 y 5 minutos, pero existen miserables individuos que tardan hasta 30 minutos sentados en ese pedazo de losa fría, en el gran trono. Habrá quien entre con su ordenador al baño, otros optarán por tocar la guitarra o cortarse las uñas de los pies, e incluso habrá quien recita poemas de Espronceda.
Cagar es todo un arte, desde la revista o método de distracción que se escoge hasta ese momento de concentración donde fluyen las ideas, creatividad, retando a nuestro cerebro mientras nuestro cuerpo se purifica, para luego llegar al éxtasis. Pero, para lograr un buen estiércol, hay que engrasar nuestra maquinaria, dándole un sin número de comidas que servirán de gasolina. Tal vez el mejor combustible para lograr con éxito el acto es la cocina mexicana junto al agua no embotellada de Angola.
Jamás se debe que contemplar la obra que se ha realizado, pese a que existen quienes ponen nombre a su boñiga e incluso hasta la presumen con sus amigos. Muchas personas se preguntan cómo es posible que alguien soporte el olor al estar tanto tiempo en el baño. Muy simple. Para el que excreta su olor no es un problema. Es más, para algunos, incluso, es hasta un hedor agradable que recién se transforma en insoportable al mezclarlo con esos aerosoles con aromas tan estúpidos como “brisa de campo” o “aire de la montaña”.
Es necesario  mencionar cual es su liturgia antes de terminar: 
Buscar un sitio para evacuar, sirven váteres, detrás de un pino en el campo, o un campo de golf, dónde para mi, particularmente me produce mayor deleite; bajarse los pantalones; apuntar con el ano a la taza, retrete, váter,...; apretar con esmero el músculo ; balancearse de lado a lado si se padece estreñimiento; esperar a que salgan los frutos maduros de nuestras entrañas; limpiarse el culo con papel higiénico o con una hoja del campo; subirse los calzones; subirse los pantalones y tirar de la cadena o enterrar el moñigo en la arena.




martes, 15 de noviembre de 2011

EL RESTAURANTE CHINO


Abandoné  una conocida clínica urológica en la que me estaba sometiendo a un tratamiento para paliar mi problema con la eyaculación precoz. Tras dejar el ascensor, comencé a caminar hacia el párking dónde tenía estacionado mi turismo. Saqué de su bolsillo un pedazo de papel en el que torpemente había dibujado un garabato. Era una infantiloide tachadura en rotulador que pretendía reproducir el nº de la plaza del garaje donde había aparcado el vehículo. Encendí un cigarrillo y lo dejé colgar entre mis labios. Al despedir una bocanada de humo, elevé su mirada y quedé extasiado al observar el cielo preñado de nubes. Me creía un tipo duro. Tosí como un perro tuberculoso. Escupí buradamente una fosforescente y gelatinosa flema infestada de parásitos y larvas. Tenía hambre, así que decidí ir a almorzar a un Restaurante chino.
Entrar en un restaurante chino, es entrar en un pequeño mundo plagado de misterio. No es ni asiático ni occidental, sino una mezcla. Quien ha ido a comer a un restaurante italiano en otro país, seguramente habrá topado con burdas imitaciones de comida italiana, locales llenos de tópicos como pizza e mandolino, rigatonis y demás . Pues bien, en los restaurantes chinos pasa algo parecido. Son muy kitsch.
Lo primero que me inquietó, fue que no pude ver el interior de un restaurante mandarín. Era turbador. Sabiamente, los chinos han entendido que la curiosidad occidental llevaría a un potencial cliente a abrir la puerta y entrar. Una vez entré al establecimiento, llegó una camarera sonriente y tremendamente fea, que me saludó y preguntó si quería comer. " ¡No vengo a que me haga un tacto rectal!". La pregunta era obvia, pero es bueno que la hagan. No todos entraron en un restaurante chino para comer. Pero todos salieron con el estómago lleno de a saber qué alimentos y con un blister de antidiarreicos. En este punto, yo había vencido mi miedo y mi xenofobia, y había pasado por debajo de un letrero de dudoso estilo ("Restaurante Tan Dao Bien", qué fantasía). Me senté en una mesa con manteles que olían a limpio. He visitado ocho restaurantes chinos, y todos los manteles huelen igual. También los muebles se parecían mucho. Los letreros, los cuadros con tranquilas escenas de tigres y ciervos, el simpático gatito dorado moviendo mecánicamente su pierna derecha... uno diría que existe una poderosa industria del mueble detrás de los restaurantes chinos.
Llegué al menú, redactado en correcto castellano, con los precios IVA incluido. Primero... segundo... tercer plato.. postre... bebida. Los precios eran normales si uno tomaba un menú del día para una persona. Pero ningún mortal puede comer un menú del día de restaurante chino y no reventar. Sabiendo que siempre sobra algo, pedí un arroz blanco, cerdo agridulce, pan chino (una cosa frita y caliente) y agua. El arroz no sabía a nada y a todo, tal y como esperaba, pero lo sirvieron en una tacita de porcelana que me hizo sentir como Bruce Lee. El cerdo agridulce consistía en una veintena de bolitas crujientes de algo mugriento, ahogadas en mucho, pero que mucho aceite, y en una salsa anaranjada transparente que, efectivamente, demostró ser agridulce. El pan chino estaba bien, pero después de cinco minutos se podía utilizar para romper un parabrisas.
Mi plato favorito sigue siendo el arroz tres delicias. Lo de las tres delicias es un mito. Aquello sabía a una infinidad de sabores.  La carne, los chinos, la cortan de forma muy extraña, en rodajas misteriosas, escondidas debajo de litros de salsa viscosa y opaca. La ventaja es que no hace falta usar un cuchillo, pero la desventaja es que si un grupo pide cerdo, pollo y ternera, no sabe cuál es cuál. Los chistes sobre perros y gatos son harto conocidos, pero creo que no me moriría al saber que había comido gato o perro. Los controles de sanidad deben ser muy frecuentes en los restaurantes chinos. Es más, creo que son los restaurantes más limpios del país (id a cualquier bar de tapas sino, y os daréis cuenta de lo que significa "higiene").
China tiene una población de mil millones y pico de habitantes. Es natural que a lo largo de los siglos haya llegado a una cocina que llena el estómago a buen precio y sin demasiadas complicaciones. Es el Imperio de lo frito. Incluso había helado frito, cosa que nunca probaré, más aún teniendo en cuenta que vengo del país en el que se fabrica el mejor helado del mundo. Tanto da. Después de comer, vino el jefe del restaurante a preguntarme - casi a señas - si quería algo más.
Pedí Té: él sonrío, un anciano de edad indefinida, cara de estreñido, rostro de medio dormido, de película. Es notable el esfuerzo que hacen los inmigrantes chinos para aprender nuestro idioma y nuestras costumbres. Soy una persona tímida, y me encuentro muy a gusto siendo cortés con personas orientales. Bebí el delicioso té y pagué la cuenta. Luego las pasé algo canutas para digerir todo ese cerdo agridulce, pero no importa, ello me ha permitido inspirarme para el post de hoy...


viernes, 11 de noviembre de 2011

LA MUJER DEL POSTE DE PUBLICIDAD

Sonó el despertador que partió la engañosa tranquilidad de la mañana con su insoportable pitido. Me levanté  con la cara de Laura Palmer cuando la encontraron. Subí de un tirón la persiana, dejando entrar la luz del sol. Jacinta parpadeó, deslumbrada, aturdida, fea, con ese peinado que decide la almohada. Jacinta me obligó a ducharme contra mi voluntad; una grotesca amante que me limpia el culo y me ajusta los pañales como si fuese una criatura, alguien nauseabundo a quien zarandeo y abronco a cada nuevo arrebato de irracionalidad. Me vestí de perdedor. Me esperaba un largo día de trabajo.
Mi vehículo yacía aparcado frente al portal, apuntando ya en la dirección correcta, con las capotas alzadas. El sol naciente asestaba contra ellas, haciendo destellar las placas de energía. Me acababa de comprar un coche ecológico. Me cabreé al comprobar que nada más salir aparcamiento, ya estaban los primeros atascos, paradas interminables, frenazos, acelerones. 
Apenas llevaba diez minutos allí y ya sentía la necesidad de huir. Los conductores pensaban que debía haber ocurrido un accidente para que se hubiera podido producir un embotellamiento de tales dimensiones. Todos los que estaban en la congestión vehicular se fijaban en los demás, estudiándolos minuciosamente hasta aburrirse. Subí la música. Sonaba una canción pegadiza. La tarareé como si me estuviera jugando la estancia en la academia. Hacía calor. Me desabroché un par de botones más de la camisa, acariciándome socarronamente los pezones. Al mirar hacia mi derecha vi un decrépito matrimonio mayor en plena bronca; debía ser el atasco. En el coche de la izquierda una rubia bellísima, un especie de choni disfrazada de pseudopija universitaria, con un escote generoso. Eso animó mi erección. Me masturbé con el posavasos. Detrás, una romántica pareja politoxicómana,  aprovechaba el embotellamiento para darse el lote.  Introduje mi dedo meñique en los orificios nasales en una búsqueda incesante de alguna “sorpresa”. Intenté lanzar las pelotillas obtenidas pasándolas de un dedo a otro hasta que perdieron su viscosidad y cayeron a las alfombrillas. Encendí nervioso un cigarro. Tengo la habilidad de hablar con el puro entre los dientes. Uno casi podía seguir el ritmo de mis palabras fijándose en el sube y baja del habano. Me cagué en la madre que parió al jodido atasco. 
Impotencia, angustia y cabreo, como seguro estarían sufriendo los miles de personas que allí quedaron atrapadas y que me trajo un no tan viejo recuerdo: hace dos años había quedado yo también varado en el mismo sitio, durante cuatro horas por el mismo motivo, con la diferencia de que era por la tarde y se hacía la espera más llevadera. La vena seguía palpitante en mi frente, gruesa como una tubería de water. Las náuseas se abrieron paso al galope y se me deshizo en vómitos de toda la tensión acumulada. Envié fotos de bebés a mis ex diciéndoles que eran sus hijos. Insulté a una mosca mientras le tiraba insecticida. Estaba hastiado, tedioso, más nervioso que el monitor de natación de los Gremlins. Recité un soneto norcoreano para tranquilizarme.  Salí de mi vehículo. En aquel momento la multitud que ya se había congregado en el lugar del incidente. Policía, bomberos, guardas forestales  y una UVI Móvil. Un camión cargado de enanos de jardín, había atropellado a un gato.  Levanté la vista, giré la cabeza, mirando a mí alrededor. Vi como decenas de personas allí reunidas escondían sus miradas tras una cortina de tristeza bañada en lágrimas, las lágrimas más amargas que nunca sus ojos habían desechado.
Y entonces la vi. En un poste publicitario. Era una modelo de publicidad. Una mujer hermosa, bellísima, de sugerentes ojos grandes y verdes, y un corto y ondulado cabello canoso. Huérfana de prendas no dejaba hueco a la imaginación. La pose de la muchacha era sugerente y atrevida, llevaba el hombro izquierdo al descubierto. Vislumbraba una figura femenina en la lejanía, de formas tan sugerentes, pechos y caderas tan exquisitamente bien formados y una piel morena tan pulcra como aquellas propias del más fino arte. Brazos largos bajados y ondulaciones de las caderas que seguro encendían quimeras en el público. Noté un cosquilleo en el estómago. Ahora no era la úlcera. Me había enamorado de aquella desconocida,  seducido por un amor imposible, prendado por un apego platónico. La veía silenciosa, bella y altiva, la observaba con envidia por no poder poseerla. La deseaba callado con pasión y la amaba sin decirle nada. Por primera vez en mi vida, me había enamorado de verdad.




martes, 8 de noviembre de 2011

COMO ALARGAR EL PENE

Desde siempre, el pene fue mucho más que una parte del decrépito cuerpo masculino. A lo largo de la historia, tuvo un poder mágico, hechicero, una influencia sobrenatural y un halo de misterio para todos los pueblos.
En la mitología griega el dios Príapo tenía la forma de un gigantesco glande y la devoción por esta divinidad estaba asociada con las buenas cosechas y la prosperidad económica. Para los sumerios, el pene no sólo era un órgano reproductor y transmisor de vida. Según los datos que proporcionan los últimos descubrimientos arqueológicos, el cabrón del dios sumerio Enki, tenía un pene con la fuerza de un toro que embiste y era capaz de eyacular sobre el Éufrates y llenarlo del agua que fluía. El relato mitológico continúa diciendo que cavó canales de irrigación con su miembro, creó la reproducción sexual humana y procreó al primer hombre sobre la tierra al que le dijo: “¡Alaba ahora a mi pene!”.
Con semejantes hazañas llevadas a cabo con el pene me pregunto quién no se atrevería a alabarlo o, aunque más no sea, sacarle una foto con el móvil.
Aunque si hubo un falo creador del universo fue el de la deidad egipcia Atum que, copulando con su mano a la que convirtió en su cónyuge, creó toda la vida de hombres y dioses. A decir verdad, dudo que alguien haya logrado más en una masturbación. Pero la mitología no sólo pensó en potencia peneana, también en tamaños. A Buda le atribuyen el pene retráctil, hérculeo, majestuoso, similar al de un caballo en celo, y el pene del anhelado dios hindú Siva, debía ser representado cabalgando sobre un toro y con una erección hasta el ombligo. Cualquier mortal queda en inferioridad de condiciones. O al menos yo, que como sabéis sufro de microfalosomía.
Evidentemente, lo que han logrado hacer estos malditos dioses con sus penes es algo digno de una película XXX. 
El misimísimo Napoleón sacaba el pene y lo golpeaba en la mesa para imponer respeto y el genial Torrente irrumpía en clubs de alterne gritando "esta noche manda mi polla".
Más allá de todas las teorías que se entretejieron, lo cierto es que el pacto entre el ser más grandioso y misterioso del universo y los hombres se selló dejando su marca más importante en el lugar más importante del cuerpo de un hombre: el pene.
Y es que el pene mete en más de un problema a los hombres.
El famoso trauma del tamaño del pene sigue siendo una de las constantes de casi todos los hombres. En la mayoría de los casos estamos hablando de una medida normal y corriente pero el uso de píldoras, cremas, artilugios o técnicas milenarias para tener un miembro de mayor tamaño son los recursos más usados por muchos hombres.
Nuestra cultura nos ha educado en que lo más grande es lo mejor y el pene es la columna vertebral de todo ese pensamiento. Hay muy pocos problemas si la tienes grande, te hacen creer que tendrás más confianza, que las mujeres se rendirán a tus pies y que serás capaz de provocarles los mejores orgasmos de su vida. Sea por vivir en la sociedad de la imagen, por inseguridad propia, por no poder desprenderse de ciertos mitos, o por simple curiosidad, una gran parte de los hombres parecen estar interesados en la perspectiva de alargar el tamaño del pene. De hecho, según varias fuentes, entre el noventa y noventa cinco por ciento de lo hombres no son felices con el tamaño que tienen. 
Las leyendas urbanas sobre aspectos que pueden representar el tamaño del pene son infinitas. Que si una nariz grande implica un miembro proporcional, que cuanto más larga sea la colilla del tabaco más largo será, etc. Pero ninguna de ellas tiene una base científica detrás que la respalde. Hasta ahora. Un equipo de urólogos de Seúl  ha dado con un factor físico que sí puede predecir la longitud del pene adulto: la ratio entre los dedos anular e índice de la mano derecha. Cuanto más largo sea el dedo anular respecto al dedo índice, más largo es el pene. Lamentablemente yo carezco de dicho dedo.
Pero otro hecho interesante es que el noventa por ciento de los hombres, a pesar de todas las especulaciones que se hagan al respecto, tiene aproximadamente la misma longitud peneana cuando su miembro está en erección: alrededor de quince centímetros. La conclusión obvia parece ser que ninguno de los hombres está contento con ser simplemente parte del "promedio", sino que desean algo más… 
El tamaño del pene, o lo que muchos perciben como corto, a menudo parece estar directamente relacionado con los niveles de amor propio, la confianza y la percepción de la masculinidad. 
Existen varios y atroces  métodos de agrandamiento del pene disponibles en la actualidad, todos los cuales afirman ser la manera más efectiva de aumentar el tamaño del pene. Existe también muchísima información disponible acerca de estos métodos. Pero lamentablemente, las fuentes tienden a estar influenciadas subjetivamente por la cuestión lucrativa, resaltando un método por sobre otro sólo para lograr venderlo. Y yo los he probado todos, con escaso éxito.
Agrandamiento natural del pene: basado en la realización de estúpidos ejercicios especiales, como el Jelq .Cirugía de agrandamiento peneano: procedimientos quirúrgicos desarrollados para alargar y engrosar el pene; son tremendamente dolorosos, y te dejan el falo flácido, tal butifarra en estado de putrefacción. El Bombeo peneano: El uso de dispositivos diseñados para crear vacío y hacer que ingrese más sangre al pene. Y los Suplementos: preparaciones que contienen una variedad de hierbas, vitaminas, oligoelementos y algún que otro opiáceo. Pero nada. Mi miembro sigue con sus lamentables 3,75 cm. 
Ante este dantesco escenario, tras tres años de desarrollo e investigación, he logrado en mi pequeño laboratorio, hallar un método tremendamente económico, eficaz y funcional, que nos permitirá alargar nuestro falo unos centímetros. De fácil aplicación ( anudar una cuerda en el glande y amarrar en el otro extremo un- o el número que se desee- ladrillo ), conseguiremos en menos de un mes, alongar nuestro miembro viril.
Véase el siguiente gráfico didáctico:





viernes, 4 de noviembre de 2011

EL PUZZLE

La lluvia golpeaba los cristales. En el colectivo vi cómo las nubes iban cerrando el cielo. Se sacudían las ramas y la gente corría también con la cara planchada por el viento, tratando de afirmarse en el asfalto. Había llegado el cielo gris y un viento frío y muy fuerte, que agitaba inmisericorde las ramas de los árboles por toda la ciudad. A  lo lejos divisé un Gremlin que torpemente andaba por la calle con el paraguas pegado a la pared. Detrás del ventanal, mirando hacia la calle, empecé a sufrir pensando en mis fracasos. El pútrido acné cubría mi nariz y frente, dándome ese repugnante brillo grasiento. Crostrones de caspa descansaban sobre mis hombros , y amargos gránulos de cera se agolpaban en mis enormes ventanas auditivas. Era un alivio con un tiempo así estar en casa. Temblaban los vidrios, pero eso qué importaba, hasta pude ahuyentar de mí la pena cuando imaginé a la gente que, con el paraguas hecho un lío, buscaría refugiarse del agua o del viento que en su furia, partiría quizá un árbol, un coche, lo que fuera; y las aguas del río desmandadas y las viviendas precarias, y las inundaciones.
Me miré en el espejo y me di lástima, es por ello que aparté pronto la vista y procedí a extraer el cepillo y la pasta de dientes de la pequeña bolsa de aseo del baño. Con mi negruzca uña, secuela del escorbuto, raspé un pequeño resto de pasta reseca que se había acumulado en el mango del cepillo. No soportaba las manchas que dejaba la pasta de dientes. Siendo un emplasto de propósito higiénico, me resultaba harto irritante encontrar que, tras haberme lavado y enjuagado la boca, al evaporarse el agua revelábanse como por ensalmo unas costras blancas en las comisuras de mis labios.  Me pregunté  preocupado cómo los fabricantes de dentífricos  ponían las rayitas en la pasta de dientes. Intenté  intoxicarme con cicuta por aburrimiento y placer. Estaba hastiado, desganado, inapetente. Sondeé la posibilidad de  aprovechar la entrada gratuita de los Domingos para cagar en el Reina Sofía, pero el temporal incesante me hizo cambiar de opinión. Me masturbé con la música de Batman. Practiqué tocando la pandereta, apretando mis ojos para obtener un interesante show de luces. Comprobé  durante cuánto tiempo podía aguantar la respiración.  No fue excesivamente divertido, pero ayudó mucho a pasar el tiempo. Los días lluviosos hacían que parara mi rutina y realizara actividades que olvidaba y para las que nunca parecía que tenía tiempo. Me paré a pensar durante unos minutos  la curiosa desaparición de los chicles Boomer. Estaba tremendamente aburrido.
Y entonces lo recordé. Con los códigos de barras de los Phosquitos, me habían regalado un puzzle. Junto al coleccionismo de chupicromos, los rompecabezas de piezas de cartón, eran una de mis pasiones. Recuerdo como en los primeros puzzles que hice, me cansaba enseguida, y si tenían bastantes piezas, no los acababa nunca. Pensaba que hacer un puzzle era una solemne gilipollez. ¿ Por qué no coger directamente la jodida fotografía o el dibujo entero en vez de perder el tiempo con las piececitas?.- ¡Cuán equivocado estaba!
Cogí la caja del puzle y esparcí torpemente sus piezas en la mugrienta mesa del comedor. El rompecabezas era difícil, pues no indicaba que fotografía había que cimentar. A veces creía que el nuevo trozo de dibujo era imposible, repasando todas las piezas, pero estaban bien encajadas, podía haber un error con 2 piezas parecidas pero al colocar otras se detectaba y cuantas más piezas tenía enlazadas menos probable era que contuvieran una equivocación.
Lo primero que monté fue un ondulado cabello negro descansando plácidamente sobre el rostro de una incógnita y morena  mujer. Estaba emocionado, nervioso, magnetizado por aquel estúpido crucigrama de cartón. Que sorpresa tuve cuando vi que el dibujo de un elegante collar colgando del cuello de aquella hermosa hembra. Había cogido cariño a aquella fémina y anhelaba excitadamente encontrar las piezas que fabricaran su esbelto torso. Logré construir, con cierta frustración, sus flácidos senos. Posteriormente, monté el trozo en el que se distinguía una panza dispuesta para estallar. Qué gorda estaba la cabrona. Debía ser una mujer que hacía las abdominales al revés. Ante la visión del final del puzle, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Un enorme pene colgaba de su pubis negruzco y peludo.
Si hubiera tenido el dibujo entero desde el principio, hubiera aprovechado el Domingo para ir a cagar al Reina Sofía.




martes, 1 de noviembre de 2011

ENTREVISTA A ESTANISLAO BORREGO

Recientemente he sido nombrado responsable de la comisión cultural de mi empresa. Me han encomendado la puesta en marcha de una publicación interna para los empleados de la corporación. En mi primera edición entrevisto a Estanislao Borrego, Consejero Delegado de la Organización en la que trabajo.

Natural de Toledo, Estanislao Borrego es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid y PMD (Program for Management Development) por el IESE. Vinculado a CPPG ( Comida Para Perros García, S.L. ) desde 1997, ha sido Director Financiero y de TI de la compañía, así como Director de Operaciones y Grandes Cuentas en fases previas. El nuevo presidente de CPPG, S.L.  tiene un amplio conocimiento del mercado y el sector en el que opera la compañía, gracias a su experiencia como miembro del Comité Ejecutivo. Con anterioridad a su incorporación a CPPG trabajó en el Gran Circo de Budapest,  como vendedor ambulante de clinex y en áreas y proyectos de organización, control de gestión y estrategia.
Hacía un día agradable. Nos sentamos en el banco del parque dónde acordamos hacer la entrevista. Llega a la cita puntual, con paso tranquilo. Es un tipo sincero, siempre correcto, muchas veces reflexivo. Tímido pero simpático, no le quema decir las cosas como son. Honesto y entrañable, Estanislao Borrego, es un luchador nato, una persona que va de frente, amigo de sus amigos, se vacía por los ‘suyos’. Altruista, bondadoso, filántropo y generoso, es un gestor inteligente. Accesible pero algo cebollino , ha sido diana de muchas críticas. Este mamacallos y tarugo toledano, ha intentado conquistar con su torpe y babanco estilo de dirección, a esos que llenaban titulares de periódicos con sus sucias y patéticas decisiones empresariales. Así es él, un lameculos gilipollas de escasa aportación en la compañía y nula y molondra gestión en los despachos. 
Es una gran bola deforme de manteca y mierda, ancha de caderas, oronda, obesa y sebosa. Parece un sapo de letrina. Su perímetro craneal es imponente. Un ser feo, mugriento, repugnante. Parece imposible que se rompa el cuello puesto que su grasienta papada le hace un efecto collarín. Su cabeza gigantesca y el cuello largo lustroso y arqueado, le confieren un parecido asombroso a los extinguidos Plesiosaurios Rex. Su aliento huele como los pies de un indigente en una caja de ahorros, parece que una jauría de perros rabiosos hubieran muerto en su boca y llevaran ahí descomponiéndose una semana. Es un ser cruce de un hipopótamo y un lemur caucásico. Su piel brilla como el  capó de un coche recién encerado debido al efecto reflectante de la grasa que rezuma de sus poros. Casi no puede gesticular por miedo a que sus granos y pústulas revienten. Tiene 48 años, y se nota su enorme sentido de la responsabilidad.  Claro en sus afirmaciones, no deja lugar a medias tintas, respondiendo de forma locuaz a nuestro cuestionario. Pese a su evidente tartamudeo, se muestra ameno y dicharachero, en un ambiente relajado, y responde vivazmente nuestras preguntas. Desprende honestidad. Amante del nudismo, del alcohol y el coleccionismo de clips de colores, nos confiesa que desde pequeño siempre quiso ser trilero.. Interrupciones involuntarias de su habla, acompañadas de tensión muscular en su cara y cuello, impiden responder nuestras primeras preguntas. Pobre tartamudo. Es un tartaja gangoso. Empezamos la entrevista invitándole a pronunciar en voz alta un trabalenguas. Se lo merece. Por imbécil.


-Buenas tardes, gangoso de mierda. Repita conmigo:” Tres tristes tigres tristaban trigo en un trigal”:
Ttttre tree, trrss, tres tistes, tristes tiiiites tigggg tigg tigres tist, triiis , trista..
-Ja ja ja.... Veo que tiene un callo en la zona en la que el dedo anular se junta con la palma de la mano. ¿Usted se la casca más que un mono,no?
Sí. Soy un experto haciendo sogas. Me masturbo con una mano mientras que con el dedo de la otra realizo un movimiento rectilineovertical en mi esfínter al ritmo de la autoestimulación.
-Uf! Huele usted peor que un conejo australiano...¿Es usted un poco guarro, no?
El gimnasio, los deportes de contacto y el bar consumen todos los minutos del día y no tengo tiempo para ducharme.
-La verdad que ver de cerca su fealdad es una ofensa hacía mi persona...¿ Como puede ser Ud. tan horrendo, seboso, inmundo y asqueroso?
Caprichos de la madre naturaleza. No soy guapo. Lo sé. A menudo la gente siente envidia de los ciegos cuando me ven por la calle
-Su marca de ropa preferida:
Cualquiera del Carrefour.
-¿ Cual fue su apodo cuando estudiaba?
‘Carapene’ y ’Ayquefeoeselhijoputa’.
-¿Ha tenido novia alguna vez?
Sí. Un par de veces. Pero en seguida quieren hijos. Yo solo buscaba divertirme fornicando en pecado concebido.
-Un sueño.
Comerciar con mi cuerpo.
-Comida preferida.
Comida para peces.
-Un recuerdo de la infancia.
Mi padre llevaba en la cartera la foto del niño que ya venía en la cartera.Era feo...Nadie me quería. Tuve que ir a la fiesta de graduación con mi prima.
-¿Sufre Ud. Romanticismo filantrópico?
¿Qué? Lo único que he tenido es escorbuto y gonorrea, pero no he estado enfermo del roman filán ese.
-Hobby:
Jugueteo construyendo torres y castillos con mis excrementos.
-¿ Como es su ropa interior?
Blanca, con algún que otro medallón bronce.
-¿Qué hace después de hacer el amor?
Pago, normalmente en efectivo.
-Un libro:
Cualquiera que se pueda colorear.
-Un vicio confesable:
La masturbación.
-Una película:
El Mago de Oz.
-Una bebida:
Aguarrás.
-Un programa de televisión:
La carta de ajuste.
-Cantante o grupo preferido:
Parchís.
-Un ídolo:
El Duque de Feria.
-¿ Qué lleva en los bosillos?
Calcomanías de Barrio Sésamo
-Un personaje al que admire:
Aspaiderman, el ombre araña para los que no havlan inglés…
-Regalo de reyes Magos que más ilusión le ha hecho:
Una radio y una tostadora para poder jugar en la bañera.
-Monárquico ó Republicano:
Monarc qué? Yo soy putero. Y punto.



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